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triste, solitario y final

No debe haber una fiesta deportiva más convocante que el mundial de fútbol. Las casas de electrodomésticos agotaron la venta de televisores sofisticados a pagar en mil cuotas. Una locura total. La deuda con intereses catastróficos no tenía importancia. Lo relevante era ver al equipo argento en la súper pantalla XLPLUS 2010.
Miguel se había perdido los primeros partidos de argentina. Su viejo televisor blanco y negro no respondió a los mandos naturales, pero él estaba decidido a no perderse el partido con Alemania.
A pesar de sus severos problemas en la vista, agravados por haber roto los anteojos, y su sordera casi total, no se privaría de este gusto. Quizás el último en su vida. A los setenta años era casi un despojo. Mala vida, caballos rápidos y damas ligeras lo habían llevado a ese punto.
A las 11 horas, el televisor se decidió a funcionar y le devolvía imágenes de los equipos en la cancha y el bullicio en la tribuna.
Apenas empezado el encuentro, escuchó lejano el grito del primer gol argentino que anuncia el locutor.
-¡Gol! ¡Vamos Argentina! ¡Jugar con la camiseta azul oscuro siempre nos da suerte -exclamó Miguel- ¡Bien Jugado! ¡Qué baile les estamos a estos de blanco! Nunca me gustó la camiseta blanca de Alemania. ¡Esa que pegó en el palo! ¡Qué suerte que tienen los paliduchos! Terminó el primer tiempo, me voy a tomar algo.
Se levantó, fue a la heladera Siam, marca 56, que si bien no enfriaba al menos entibiaba. Salió un momento a la calle. Su vieja pieza del último conventillo del barrio daba a la calle. Ni un alma. Todos concentrados esperando el segundo tiempo, pensó mientras maldecía su vista austera y esa sordera infernal.
El segundo tiempo empezó con todo.
-¡Baile Argentina! ¡Déle baile a estos alemanes blanquitos! ¡Grande Maradona, la mano de dios, vos no vas a hacer salir campeones!
Nuevamente un murmullo anunciaba un segundo gol.
-¡Gol Argentino!¡Gol Argentino! ¡Esa es la camiseta de la suerte! –gritó Miguel- ¡Bailen blanquitos al compás del tango argentino!
Dos susurros de gol llevaron a Miguel al éxtasis.
-¡Grande Argentina! ¡Grande, apabulle a los alemanes!
Fin del partido, gorrito y bandera argentina, pitos y a festejar al obelisco. La calle desierta. Me habré adelantado o aún no terminó el partido, pensaba Miguel. Llegó al obelisco, apoyó la espalda contra el monumento fálico y esperó una, dos, tres horas.
Nada, solo, ¿Que había sucedido?
Pasa un hombre con aspecto amigable y Miguel le pregunta:
-Señor, ¿sabe donde están festejando el triunfo de Argentina sobre Alemania?.
-¿Triunfo? ¡Nos golearon cuatro a cero! ¡Usted debe ser ciego y sordo!
Miguel arrolló la bandera, guardó el gorrito y el pito y marchó rumbo a su pieza. Se acostó en su vieja cama de una plaza, mientras sus ojos se le enrojecían de tristeza.

2 comentarios:

  1. Este personaje por mas sordo ciego y viejo que sea, no existe. Al menos en Buenos Aires. Es mas, ni siquiera podés apoyar la espalda en el obelixco porque está rodeado de rejas. Ningo, que de esto sabe mucho, nos transforma en cuento un sentimiento que todos tuvimos: que sea Argentina la que goleaba 4 a cero.

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  2. Asi quedamos todos con los ojos rojos de la tristeza

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