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cuestión de aroma

Cada día hay algo que nos preocupa que se concrete o que jamás se realice.
Que aquello que nos inquieta se incline hacia el rincón que deseamos.
Al licenciado Miguel Rayé, ese día, la suerte lo había acompañado. Lo llamaron del taller para decirle que pasara a retirar su automóvil que le habían chocado la semana anterior.
Fue a buscarlo con ansiedad y lágrimas de emoción aparecieron al ver a su chiche terapéutico en condiciones aun mejores que cuando lo retiró nuevecito al salir virginal de la agencia. Lo abrazó, lo acarició y se sorprendió cuando le dijeron que no debía nada, que el seguro se había hecho cargo de todo.
Se subió, colocó sus manos en el volante con cuidado, puso marcha atrás, suavemente lo sacó del taller y con una amplia sonrisa puso rumbo a la clínica. Al llegar lo colocó en un garaje a cielo abierto que había contratado, cerró con llave, se aseguró varias veces que estuvieran las cuatro puertas en igual condición y feliz llegó a su consultorio.
Sorprendida la secretaria por el buen ánimo del licenciado, le llevó las fichas de los pacientes. Leyó por arriba el nombre del primero: Jorge Carilindo. La ayudante se marcha y Rayé sale a la puerta del consultorio y llama: ¡Carilindo!, ¡Jorge Carilindo!
-Ya foy, licenciado -dijo Jorge, mientras la "efe" se le escapaba entre sus dientes ausentes.
-Siéntese en el sillón contra la ventana, por favor -indicó Rayé mientras se apretaba las fosas nasales para intentar disminuir el olor nauseabundo que portaba Carilindo. Rayé se sentó lo más lejos posible de la humanidad de Carilindo. En su mano derecha la habitual lapicera había sido reemplazada por un desodorante de ambientes que utilizaría todo lo necesario.
-Bueno, Jorge, dígame qué le sucede.
-Mire, licenciado, mi froblema es el seso.
-Y si, por eso viene a verme a mí, algún problema mental.
-No el seso, la mujere.
-Ah. ¿Y qué le pasa con las mujeres? ¡Qué olor inmundo! ¡No me va a alcanzar el desodorante!
-No me las puedo sacar de encima. Me vuelven loco. ¡Soy un ojeto sesual!
-¡Un objeto sexual con esa trucha y ese olor a patas! ¡Déjese de pavadas, Carilindo!
Abochornado por las expresiones de Rayé, Carilindo, que era feo como una noche borrascosa en altamar, se ruborizó y tímidamente dijo:
-No, licenciado. Es verdad. No sé decir que no y el seso me está matando.
-¿Cómo lo va a estar matando? ¿Cuántas relaciones amorosas tiene por día?
-Entre diez y once por día -dijo Carilindo.
-¿Y a usted qué le parece mi querido Carilindo? ¡Lávese las patas la próxima vez que venga, Jorge! ¡Se me está acabando el desodorante!
-Y quizás porque estoy exageradamente dotado.
-¿Mire usted? ¿Y cuánto?
-¿Cuánto que?
-¿Cuánto mide su pene?
- Ocho o nueve centímetros, más o menos.
-¿Y eso es bien dotado? ¡Eso es una mierda!! ¡Esto es estar bien dotado! -gritó Rayé, tomándose groseramente sus genitales.
-No, bien dotado porque mis parientes en España me dejaron una gran fortuna que yo le digo la gran dote.
-¡Ah, canchero el ogro patasucia! -exclamó sacado Rayé.
-No, siempre digo así -afirmó Carilindo, nuevamente ruborizado.
-Está bien, discúlpeme -dijo Rayé más calmado.
-¿Y qué puedo hacer, licenciado? -preguntó Carilindo.
Rayé dejó el desodorante después de vaciarlo en su integridad, se quedó un largo tiempo mirando el techo y gritó ¡Eureka! Enfrentando a Carilindo, le preguntó:
-Dígame, Jorge ¿cundo usted tiene sexo se baña?
-Sí, siempre y me pongo colonia. De esa rica, dulzona.
-¡Aj! Hay gustos para todos.
-Bueno, desde ahora cuando vaya a hacer el amor no se bañe, venga con el aroma a Riachuelo con que hoy asistió acá. ¿Me entiende?
-Sí, licenciado. Le entiendo.
-Haga como siempre y veame en quince días.
-Gracias licenciado -dijo Carilindo y salió.
Cuando pasó por el escritorio de la secretaria, desde el consultorio Rayé gritó: ¡Con la consulta cobrale el desodorante! ¡Me bajó un tubo completo!
A los quince días, Carilindo estaba en el consultorio.
-¿Y, Carilindo? ¿Cómo le fué con el tratamiento?
-Usted es un mago. Solamente la María siguió con el seso, las demás me dejaron. Al fin vivo tranquilo.
-Yo no hago milagros, Carilindo, ¡pero un olor a patas insoportable hace huir a la dama más obstinada! ¡No se olvide, Carilindo, no se olvide!
-No, doctor. Nunca más me lavo las patas, salvo cuando venga a verlo.
-¡Eso Carilindo, eso!
¡Sos un genio, Rayé! ¡Sos un genio!, seguía repitiendo eufórico Rayé, al fin del pesado día de trabajo, mientras se subía a su auto recién reparado, lo ponía en marcha y tomaba rumbo a la casa de su amante.

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