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cuento chino

Ana estaba desesperada, Mario había salido a trabajar temprano por la mañana; ya eran las doce de la noche y no había vuelto.
A veces, si se quedaba en casa de algún amigo charlando hasta tarde, avisaba rigurosamente, esta vez nada. Mil veces llamó a su celular y nadie respondió. Se mantuvo toda la noche despierta esperando a su esposo. Lamento, llanto, los pensamientos más atroces. Imaginaba que lo habían secuestrado, que estaba muerto, que ya no lo volvería a ver.
A primera hora de la mañana concurrió a la comisaría más cercana que a su vez se comunicó con otras relacionadas con ella. Nadie sabía nada de Mario. No había sido detenido, no existían accidentes denunciados, nadie había con los datos de Mario había cometido una falta o contravención.
Recorrió todos los hospitales y centros de salud de la zona con resultado negativo. Llamó a familiares y amigos que preocupados le respondían que Mario no había estado con ellos y se ofrecían a ayudarla. Agotó todas las posibilidades de búsqueda, la frustración la desesperaba; pensaba que nadie podía desvanecerse en el aire. Alguien tenía que saber algo.
Otra noche más en vela. Durmió un par de horas por la mañana tremendamente cansada. Cuando despertó, puso rumbo al trabajo de Mario. Le informaron que su esposo hacia dos días que no asistía, que no había dado ningún aviso, que la ayudarían. Recorrió comisarías, clínicas, salas de primeros auxilios y cuanta dependencia presumía que podía darle algún dato del paradero de Mario.
Todo fue en vano. Otra noche sin poder cerrar los ojos. Lo habrían sorprendido en algún lugar desolado, le robaron y quemaron el cuerpo, cualquier atrocidad azotaba su mente. No podía dejar de llorar. Seguramente en cualquier momento algún policía le informaría de la desgracia.
Volvió a quedarse dormida; llegando el amanecer, se levantó para prepararse un café cargado y en ese momento escuchó que alguien entraba a la casa. Corriendo hacia la puerta de acceso, al llegar frente a ella, con una palidez intensa, los ojos rojos, despeinado, ojeras enormes, la camisa fuera del pantalón, una media de mujer colgando del bolsillo superior del saco, tambaleante la mirada desde otra dimensión, su marido, Mario.
-¡Mario! -gritó Ana- ¡Estás aquí! ¡No te pasó nada!
Lo abrazó con fuerza sin prestar atención a los detalles de su apariencia mientras que un fuerte aliento etílico la mareó. Ahí apreció las manchas de rouge en la camisa blanca arrugada, la flor no identificaba que se asomaba del bolsillo el pantalón. Lo soltó inmediatamente. Mario, sin decir una sola palabra se desplomó en el amplio sillón del living, puso el saco como almohada y sobre ella su cabeza, durmiéndose en un instante de manera profunda.
Ana volvió a llorar, pero esta vez no era por el temor de lo que le habría sucedido a Mario, sino de rabia de impotencia, de tonta. Ella buscándolo por todas partes, al borde de la locura, y el atorrante de fiesta vaya a saber dónde. Se dijo a si misma ¡ya sabrás quien es Ana! Esta era la última que le aguantaba. Vació su placard, armó dos valijas y se sentó en el sillón contiguo al que dormía Mario. Espero que despertara.
Veinticuatro horas tuvo que aguardar. A la mañana siguiente, Mario abrió los ojos y, como si ni no hubiera pasado nada, la saludó.
-Hola Ana ¿Como está todo?
-¿Cómo "Ana cómo estás"? ¡Cómo esta todo! ¡Caradura! Apareces alcoholizado, con rouge en la camisa, una media de mujer colgando del bolsillo el saco, hecho un trapo, dormís un día entero horas y eso es todo lo que se te ocurre decir. ¡Nada que explicar! ¡Ninguna excusa! ¡Sos una porquería de tipo! ¡Una basura! Esperé que despertaras para decirte que no me ves más. ¡Que me voy para siempre! ¿Entendiste? ¡Para siempre!
-Esperá, Ana. Dejame que te cuente. No me vas a creer, pero te juro que es la verdad. ¡Fue terrible! Sólo te pido que me escuches y después decidí según tu arbitrio.
-¡Hablá, te escucho! ¡Sinvergüenza!
-Mirá Ana, el lunes cuando salí para el trabajo me detuve en el primer semáforo. Esperé la habilitación para seguir la marcha y súbitamente siento que me succionan. Miro por la ventanilla del automóvil y estaba a unos quinientos metros del suelo. Allí me desvanezco. Cuando despierto estaba en una especie de sala de comando, sujeto con cintas de metal a una camilla. Estaba rodeado de seres celestes, con ojos y aspectos de enormes moscas. Telepáticamente me hicieron saber que me someterían a un experimento para comprobar la máxima tolerancia al alcohol de los humanos y su tope de capacidad sexual. ¡Ahí comenzó el tormento! me obligaron a beber todo el vino que tenían en existencia: Malbec, Syrah, Cavernet Sauvignon, Merlot, los mejores licores.
Todo. Y después lo peor. Fui sometido, cada día que allí estuve, por cerca de quince mujeres jóvenes que me agotaron hasta el abatimiento. Concluido el propósito de mis secuestradores extraterrestres y por orden de su jefe Kulash me devolvieron a la tierra con el auto. Como pude llegué a casa y eso es todo. Aunque no lo creas es la pura verdad.
Ana se mordió los labios haciendo un esfuerzo supremo para no sacar el revolver de la mesita y llenarlo de agujeros fatales. Mario era un atorrante y el peor mentiroso del mundo. Pero su matrimonio debía seguir; no tenia dónde ir y todo estaba mal en su vida.
Lo pensó un instante y dijo:
-Te creo, Mario.
-Bien, Ana. Bien -dijo Mario a la vez que anunciaba que iba a dormir un rato, que no se molestara en despertarlo.
¡Que turro!, pensó Ana, dio media vuelta, abrió la puerta de entrada y salió a caminar para atenuar las ideas asesinas que la obsesionaban. Llegó a la plaza, cerca de la calesita se encontró con Gloria, su amiga de toda a vida.
-¡Hola, Ana! –la saludó Gloria-. Qué gusto verte. Estaba por ir a tu casa. Tenia que invitarte a la despedida de soltera de Julia.
-¡Hola, Gloria! -dijo Ana- ¿cuándo es la despedida de Julia?
- Esta noche, en el Salón Dorado. Un festejo picante. Ponete lo más provocativo que tengas. Te vas a divertir. Solamente mujeres. ¡Y un conjunto de strippers, por supuesto! Te paso a buscar a la nueve de la noche.
Cayendo las sombras, Ana volvió a la casa. Tomó un baño de inmersión, después una ducha y pasó a cumplir estrictamente la sugerencia de Gloria. Era una mujer muy bella y seductora. Se vistió con una pollera supermini, un top ultraprovocador, un chalequito transparente, tacos agujas altísimos y aguardó a que la buscara su amiga.
Mario, al verla, preguntó con cara de pocos amigos:
-¿Dónde vas con esa ropa?
-A la despedida de soltera de Julia y la ropa, sabes que siempre coincide con mi estado de ánimo. Bueno, chau. Ahí esta Gloria me vino a buscar. Chau.
La fiesta tuvo todos los condimentos, buena música, strippers espectaculares, conocedores de su trabajo, atrevidos. Uno muy muy guapo le invitó a una copa a Ana, que aceptó inmediatamente. Se charlaron todo. Terminando la velada, Carlos, el stripper, la invitó a continuar la fiesta en su casa. Ana aceptó decididamente. Llegaron a la casa de Carlos, un par de tragos y un remolino de besos y caricias los depositó en el dormitorio. El amor se impuso y se prolongó en el tiempo. La noche daba paso al día sin solución de continuidad. A la séptima jornada ana decidió que era suficiente y volvió a su casa.
Al abrir la puerta, los gritos de Mario intentaron detener su marcha hacia un sueño reparador.
-¿Dónde estuviste todos estos días! ¡Por qué no avisaste nada!
-Ay, Mario, me pasó lo mismo que a vos. Cuando salíamos con Gloria, en el primer semáforo una fuerza extraña nos succionó. Me desperté en una camilla como te sucedió a vos. Todo el licor me sometió jóvenes bellos y yo sin poder hacer nada. Desnuda, sujeta con cintas de metal. Al séptimo día me permitieron volver a la tierra junto con Gloria y el automóvil. Una pesadilla, querido. Un verdadero tormento. Ah, te manda saludos el Comandante Kulash. ¡Comandante Koulash, no jefe!

3 comentarios:

  1. Qué bueno!!! un cuento feminista escrito por un hombre. Me encantó la revancha!!!

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  2. Pero... Ningo! no les des ideas revanchistas a las mujeres porque anotan todo! Ningo defendé al género!!! ufff

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  3. hugote, sos un macho total, de lo peor...angelita tiene razon ! Femeninas y feministas, las mejores !

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