La realidad es confusa, incierta, equívoca. Tantas veces se confunde con la ilusión, la fantasía, lo deseado, que llegamos a tropezar con la verdad, a cuestionar el equilibrio de los razonamientos, la cordura. Ello es así pues la traviesa vida está llena de sorpresas, de situaciones que parecen pero no son. Ya Calderón de
Lo que sigue fue una experiencia que vivi con Jorge, mi primer marido. Así, una tarde me retiro del trabajo un par de horas antes de lo habitual, afectada por una intensa e inesperada indisposición; abro la puerta de casa, me dirijo al dormitorio donde mi marido recostado sobre una almohada hojea el diario del día de la fecha.
-Hola, Clara. Qué sorpresa tan temprano -apunta Jorge.
-Me siento mal –digo-. El dolor de cabeza me está matando. Tomaré una aspirina.
Tomo el analgésico y me llama la atención que las mamparas de vidrios de la ducha estén cerradas y el regador abierto –como lo delata el ruido del agua de la lluvia-, corro uno de las hojas y me sorprende la presencia de una rubia generosa que me saluda con una mano mientras con la otra se enjabona con suavidad.
Quedo estupefacta. No puedo articular palabra aunque hago un enorme esfuerzo por gritar. Salgo del baño y enfrentado a Jorge lo interrogo con furia.
-¡¿Quién es la rubia que se está duchando en mi baño?!
-¿Qué rubia? -contesta calmo Jorge.
-La que está bajo la lluvia de la ducha susurrando una canción y enjabonándose -exclamo sacada.
-¡Ay, Clara, Clara, vamos de mal en peor! Estoy solo, en la casa no hay ninguna rubia.
En ese momento la rubia sale del baño como Dios la trajo al mundo, me vuelve a saludar con una sonrisa, toma un toallón de la cómoda y comienza a secarse.
-¡De esta rubia te hablo! ¡Desgraciado! -exclamo enloquecida.
-Basta, Clara. Aquí no hay ninguna rubia, es tu mente atormentada que no hace más que ver mujeres desnudas por todos lados.
-Las veo porque vos me metes los cuernos con infinidad de tipas de todo modelo y color.
-¡No te permito, Clara, que dudes de mi fidelidad! -retruca Jorge, al tiempo que la rubia le pide que le alcance la bombacha y el corpiño que quedaron entre las sábanas.
-Esto es el colmo. Esta maldita hija de su madre te pide la ropa interior delante mío y vos me negás su presencia -chillo con la voz enronquecida.
-No necesito negar lo que no existe. Como siempre, Clara, estás alucinando.
-¡Alucinando las pelotas! -grito fuera de mí, agregando - no sólo me metés todos los cuernos posibles sino que querés volverme loca.
-Eso es muy injusto -afirma impávido Jorge-. Yo te respeto y respeto esta casa -sostiene mientras levanta el cierre del minivestido de la rubia.
-¡Encima la ayudás a vestirse!, ¡Vamos, ahora dale un beso de despedida! -vocifero.
Jorge, con toda la tranquilidad del mundo, se levanta de la cama desnudo y besa intensamente a la rubia que dice:
-¡Hasta mañana, papito, pasaremos la mejor semana de vacaciones en París! -cierra la puerta luego de avisar a Jorge:- ¡A las cinco en punto en el aeropuerto!
-Ah no, además te vas de vacaciones a París con la rubia, sos un miserable caradura, hijo de perra -lo insulto entrañablemente.
-Terminado, Clara, acá no hay, no hubo ni habrá ninguna rubia. Sí, mañana viajo a París por negocios. Pero antes iremos a ver a siquiatra para hablar de este delirio.
-¡Yo no voy nada y te voy a matar! –amenazo.
-Me pego una ducha y consultamos con Raúl, tu especialista preferido.
Me quedo inmóvil, me dejo caer sobre el sillón. Esto no puede estar pasando. Sin duda soy una gran pelotuda. En minutos reaparece Jorge, elegante, fresco y sonriente, con las llaves del auto en la mano. Me levanta suavemente del sillón y me dice:
-Vamos, querida. Consultemos con Raúl. Te hará bien.
Raúl, compañero inseparable de andanzas con Jorge, me saluda al llegar a su clínica y me invita a pasar a su consultorio.
-Clarita, mi querida. Te ves muy mal. Debes descansar unos días y empezamos un buen tratamiento.
-No, Raúl. Yo estoy bien, no deliro, este turro de Jorge no tiene vergüenza, me engaña con todas la mujeres del mundo e invoca una afección mental que yo no tengo.
-No creo, Clarita. Jorge es un hombre de bien. Jamás te engañaría. La traviesa realidad a veces nos hace ver y sentir cosas que en la realidad no suceden.
-¡Sí suceden! -grito absolutamente sacada.
-Bueno, Clarita, por el momento vamos a comenzar un descanso en mi clínica, a partir de mañana. Es absolutamente necesario. Facilitame la tarea. Es odioso tener que recurrir a la fuerza.
-¡No descanso una mierda! ¡Vos y Jorge son dos turros desalmados! –le grito en la cara a Raúl y salgo dando un portazo que hace temblar el edificio.
Al día siguiente, yo estoy en el aeropuerto a las dieciséis y treinta horas. Impaciente busco por todos lados. En el mostrador de venta de pasajes descubro a Jorge y a la rubia espectacular abrazados, acariciándose, besándose sin ninguna prudencia, sin ningún pudor. Corro a enfrentarme con Jorge.
-Ahora también me vas a decir que esta rubia que te abraza y acaricia es una ilusión, un delirio -exploto al borde de la rayadura total.
-Clara, se acabó. Acá no hay nadie. Yo voy a mi viaje de negocios y a la vuelta hablamos.
-¡Vos no vas a ningún lado! -aúllo, mientras mi mano busca furiosa la cara de Jorge y antes de impactar soy sometida por dos musculosos enfermeros que la sujetan mientras un tercero me coloca una camisa de fuerza.
-¡Déjenme! ¡Suéltenme! Estoy bien. Es Jorge que quiere enloquecerme. ¡Déjenme! -ruego a los enfermeros entre llantos y gritos.
-Descansá esta semana, Clara. Cuando vuelva del viaje de negocios hablamos -dice mansamente Jorge, mientas toma a la rubia de la cintura y sin dejar de mimarse marchan rumbo al avión de Air France.
Desde el interior de la ambulancia veo despegar la nave rumbo a París. Hasta me parece que la rubia me saluda desde una de las ventanillas del avión.
equívoca realidad
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