Miguel era un buen psicólogo, concentrado, estudioso, honesto, rápido para dar con la causa del conflicto que atormentaba a sus pacientes, de terapias rápidas y eficaces.
No obstante ello, su impaciencia y la incontinencia verbal, agresiva, odiosa, insoportable con los tipos que por algún motivo le molestaban, eran graves fallas que no lograba resolver.
Muchos pacientes perdió por el mal genio y, a pesar de su excelencia profesional, su futuro en tal sentido no era auspicioso.
Lo sabía, se analizaba, trataba de superar el problema. Había cambiado varios colegas. Inevitablemente era rechazado a la segunda entrevista sin ninguna diplomacia. Aunque todos le habían dado el mismo consejo: que cambiara de trabajo. Era demasiado explosivo y un día terminaría mal.
No obstante todo ello, Miguel seguía adelante. Atendía todos los días en su consultorio particular y, cuando lograba que su paciente no huyera, había tenido éxitos notables.
Ese jueves, Miguel llegó al consultorio molesto, inquieto, su peor genio se ponía de manifiesto.
Recibió las fichas de los pacientes diarios de manos de su secretaria a la que sin motivo alguno conmovió con una mirada de asesino serial. Las 17 horas era el momento para los gritos:
-¡Bobín! ¡Pablo Bobín! ¡Bobííííín! -gritaba enloquecido mientras su paciente trataba de hacerlo callar, mostrándole que allí estaba.
-Aquí estoy, doctor, soy Bobín.
-¡Licenciado, Bobín! ¡Licenciado! ¡No lo olvide, Bobin!
-Sí, doctor...digo… licenciado.
-¡Pase, Bobín! ¡Siéntese, Bobín!
-Sí, sí, sí doc… licenciado.
-¿Qué le pasa, mi buen Bobín? ¿Qué diablos le pasa?
-Y, mire... No sé, en verdad no sé.
-¡Cómo que no sabe! ¡Cómo que no sabe! ¡Vino porque no tenía a quién molestar a las cinco de la tarde y me eligió a mí!
- No, licenciado, no. Yo estoy muy triste.
-¡Miren al señor! ¡Está muy triste! ¡Pedazo de....grandulón! ¿No le parece que ya está mayorcito para andar llorando por los rincones?
-No, doc… licenciado. Estoy triste de acá, del pecho. Se me caen las lágrimas, no me quiero levantar por las mañanas.
-¿Sabe, Bobín? ¡Usted me tiene de acaaaaa! -grita Miguel mientras groseramente toma con las dos manos sus genitales-, porque gimotea, hace pucheros ¡Y no me dice nada!
- Sí le dije, licenciado. Estoy triste, amargado, no quiero vivir más, me voy a matar.
-¡Buena idea! ¡Buena idea! -repite Miguel.
-¿Buena idea que me mate? -pregunta Bobin.
-Y, es una salida. La muerte a veces es una buena salida cuando la angustia y el sufrimiento son insoportables.
-Y yo ya lo intenté. Pero me arrepentí porque para los católicos como soy yo, es un pecado mortal.
-¡Pecado mortal, pecado mortal! ¡Eso es cosa de chicos! Cuentos del catecismo. Usted ya es un hombre grande, Bobín.
-Pero quizás pueda llegar a una solución sin partir de este mundo. Quizás pueda quebrar esta soledad insoportable.
-No creo. Usted ya es viejo, feo, desagradable. No creo.
-No soy tan viejo. Tengo cuarenta y cinco años.
-¿Cuarenta y cinco años? ¡Está hecho, mierda Bobín! ¡Yo no le daba menos de setenta!
-Y, la vida dura. Siempre en el mar. Ninguna alegría.
-Ninguna alegría significa que nunca estuvo con una mujer.
-No, nunca. He intentado pero él no quiere saber nada
-¿Quién es él?
-Él -dice Bobín señalando su pene.
-¡Ahh, impotente también! Viejo, feo, desagradable e ¡impotente! Lo lamento, Bobín, no tiene cura. Definitivamente yo no puedo ayudarlo.
-Entonces sólo me queda matarme.
-Y sí, Bobín. Sólo eso. Para qué quiere seguir en esa vida de mierda. Mátese. Hágame caso.
-¿Cómo hago? -pregunta Bobín.
-¿Cómo que cómo hace? ¡Usted es un total imbécil! Qué se yo. ¡Tírese debajo del primer colectivo que pase!
-Bueno, licenciado, gracias por todo. ¿Cuánto le debo?
-Mi secretaria le cobra. Un gusto, Bobín. ¡Pérez! ¡Jorge Pérez!
-Sí, soy Pérez.
-Pase, siéntese y espéreme un momento. Enseguida vuelvo.
Miguel va a la cocina, se sirve un café cuando un ruido de frenadas y un impacto contra el edificio conmueven a los pacientes y a la secretaria, que corren hacia la calle. Un grito agudo y sostenido de la ayudante del psicólogo era la ruidosa y elocuente demostración de espanto de la bella empleada al ver al pobre Bobín sin vida, atrapado entre el muro del edificio y el frente del colectivo 155.
-¡Se mató! ¡Se mató! ¡Se mató su paciente doctor! -entra gritando la secretaria.
-¡Licenciado!, señorita. ¡Licenciado! –le corrige Miguel con gesto severo, a la vez que, con la mirada perdida afirma doliente-: Lamentable, realmente lamentable, el pobre Bobín padecía de una severa depresión. A veces los mejores esfuerzos profesionales se topan con los peores fracasos.
Cierra la puerta del consultorio y dirigiéndose a su paciente, inmutable dice:
- Bueno. Dígame, Pérez, ¿En qué puedo ayudarlo?
(Cuento publicado en El Legendario de la ciudad de San Martin de los Andes)
Buen psicologo, lograba que el paciente hiciera lo que él le sugería!
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