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desliz

En un momento, todas las miradas se dirigieron hacia la puerta de entrada del estudio del doctor Cuervo. Imponente, sin prejuicios ni pudor, portando una pollera supermini, una blusa que llevaba prendido solamente los botones necesarios, luciendo unos pequeños zapatos que resaltaban los larguísimos tacos agujas absolutamente rubia, de ojos insolentemente enormes y celestes como el cielo, la muchacha bellísima se desplazó con una cadencia rítmica y sin apuro hasta la mesa de entrada de la oficina.
Con cara de imbécil paralizado, el secretario no dejaba de mirar los atributos de muchacha. El silencio se rompió cuando, con una sonrisa, la recién llegada hizo sonar insistentemente el timbre colocado sobre el mostrador para reclamar atención.
-Ya...ya voy -dijo Javier, el secretario del doctor Cuervo, mientras en el apuro por atender a la hermosa enganchó con su pie derecho la silla que cayó sonoramente, a la vez que al sacarlo se enganchaba con la alfombra dándose un golpazo de aquellos en toda su cara contra el piso. Se levantó dolorido y maltrecho y con una sonrisa enfrentó a la autora de tanto revuelo, quien adelantándose a cualquier pregunta del secretario, le dijo, sobrándolo:
-¿Qué te pasa, querido? ¿Te pasaste con la dosis o tenés algún problema neurológico?
-No...no, no es nada -dijo Javier-. ¿Qué desea, señorita?
-Mire, yo deseaba ver al doctor Cuervo. Pero si hay muchos clientes me voy -apuntó la rubia.
-Le ruego que aguarde un minuto por favor, ya le aviso al doctor –dijo el secretario e ingresó agitado a la oficina del doctor Cuervo. La conmoción que le había provocado la rubia apenas le permitía hablar.
-¿Qué te pasa Javier? ¿Te sentís mal? ¿Me viene a inspeccionar la comisión de ética? ¡Eso, me ha denunciado algún cliente ingrato y vienen a buscar mugre! -especuló el doctor Cuervo.
-¡Ay, doctor....Ay! -dijo el secretario emocionado.
-¿Ay qué? ¡Decíme de una vez que pasa! -clamó Cuervo.
-Doctor, un ángel lo aguarda en la sala de espera. La mujer más bella y seductora que he visto en mi vida. No puede dejar de atenderla, sería casi un pecado mortal. Tiene que ser ¡ya! o se marcha. No puede permitirse eso.
-¿Para tanto, ché?
-Para tanto, doctor. Se lo juro por mis hijos que algún día ayudaré a concebir.
-Bueno, te creo, hacéla pasar y después veo.
La rubia entró al despacho del doctor Cuervo sacando pecho y todo el pecado en la mirada. Cuervo se conmovió más que Javier. La rubia se sentó en el sillón que enfrentaba al doctor y comentó:
-Aquí todos son retardados. Tanto les cuesta hablar. Para hacerla corta soy Susy y vengo a consultarlo porque quiero separarme del pesado de mi marido.
-Perdón señorita. Los problemas, los clientes, uno siempre con la cabeza en otro lado. Pero ya estoy con usted. ¿Así que usted quiere divorciarse de su marido?
-Ya se lo dije. Pero quiero que ese abusador me pierda a mí y a todos sus bienes.
-Así será, señorita, no lo dude -afirmó Cuervo.
-Estoy cansada de tener que andar levantándome tipos para tener un poco de sexo porque el imbécil ni me toca.
-Estoy de acuerdo. Una dama bella como usted no puede sufrir semejante desprecio.
-Aviso, para que no haya cuestiones, que no tengo un peso para pagarle la consulta, sellado, trámites, ni nada.
-Quizás podamos arreglar con un adelanto en especies -dijo con su mejor cara
de baboso calentón el doctor Cuervo.
-¿Usted dice que vayamos a algún telo y formalice el primer pago?
-No lo podría haber dicho mejor -sostuvo el doctor Cuervo mientras una sustancia espesa le salía por los ojos y la cara había tomado un color fuego, difícil de describir con exactitud.
-Hecho -dijo Susy-. Pero tiene que ser ya. Podemos ir a casa. El tarambana de mi marido no viene en tres días.
El doctor postergó todas sus citas, invitó a Susy a pasar al garage, la invitó a subir a su Mercedes Benz deportivo recién comprado y en minutos estuvieron en la casa de Susy. Un bello lugar, confortable.
-Nos pegamos una ducha y vamos por el primer pago.
Después de una ducha accedieron al dormitorio. Una cama inmensa, una habitación absolutamente espejada. En las paredes, el techo, la puerta de entrada, todo era un espejo de alta calidad que devolvía la espectacular figura de Susy y la ridícula y deformada figura del doctor Cuervo, con sus patitas de tero, el abdomen prominente, nada que tuviera alguna similitud con un ser humano.
Mirándolo, sin poder dejar de reír, Susy le dijo al doctor Cuervo:
-No te preocupes. Ya estoy acostumbrada a despojos como vos.
Sin una palabra más, Susy se arrojó sobre el asustado doctor Cuervo e intentó dar cumplimiento al primer pago del contrato pero fue imposible.
-Paciencia, mi querido Cuervito, paciencia. Ya será -dijo Susy sin poder evitar una sonora carcajada.
En eso estaban cuando se escucha un auto que frena frente a la casa de Susy. Alguien abre la puerta de la casa, coincidente con el grito de Susy
-¡Mi marido!, ándate por la puerta de atrás. Así como estás, yo escondo la ropa.
Cuervo sale desnudo por la puerta lateral, alcanza el garaje, arranca su silencioso Mercedes Benz y llega hasta su casa. Ingresa por la puerta trasera, se dirige a los vestidores cuando se encienden todas las luces, mientras en el medio del comedor, destilando furia, su esposa, con una ostensible intención asesina, arma en mano, lo intima a dejar la casa como vino al mundo.
-Pero, Gloria, querida, esto no es lo que vos pensás.
-Sí lo es. O te vas antes de que cuente hasta tres o disparo.
-No Glor..
-Uno.
-Te ju...
- Dos.
Sabiendo que Gloria no podía controlar sus impulsos, abrió la puerta y se refugió en su lujoso Mercedes.
-Todo por un desliz. Un miserable desliz, ¡Que falta de equilibrio! ¡De compresión! -gritó Cuervo antes de quedarse dormido. Al despertar, Gloria como cada día le llevaba el desayuno a la cama.
-Hola, mi Cuervito preferido. ¿Qué soñabas anoche que no dejaste de saltar, gritar y patear?
Una pesadilla. Todo el drama no había sido más que una maldita pesadilla, pensó Cuervo y dijo:
-Nada, mi amor. Ya sabés cómo es este trabajo. Siempre preocupado por mis clientes, las complicaciones, las injusticias. ¡Bueh!, es la lucha. ¡Es el precio que tengo que pagar por ser el defensor de las causas perdidas! ¡Por poner cuerpo y alma en pro del derecho y la justicia!
-Si, querido -respondió una sumisa Gloria.

1 comentario:

  1. el doctor cuervo no es un ave es una alimaña por lo que he leido. buen cuento mejor final

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