-Buenas noches, señor.
-Buenas noches.
-Mire, yo me acabo de caer de aquella estrella, la más brillante, esa que está debajo de la luna. Estoy desorientado. ¿Podría decirme dónde encontrar un lugar para comer algo y pasar la noche?
José lo miró manifiestamente sorprendido. Pensó que finalmente había tipos más locos que él. El sujeto le parecía amable, simpático; decidió seguirle la corriente.
-Mire usted qué casualidad. Yo también hace un instante me caí de una estrella. Esa que está por arriba de la luna, a la izquierda; es menos brillante que la suya.
-¡Qué alegría! ¡Semejante porrazo y me encuentro con un amigo del espacio!
-Yo ya me caí varias veces - dijo José - por el vino, sabe. Borracho pierdo la estabilidad, caigo y aparezco aquí, siempre el mismo lugar. Tengo varios amigos en la tierra, incluso formé una familia. Venga, lo invito a pasar esta noche en mi casa.
-¡Le agradezco infinitamente! No olvidaré su generosa hospitalidad.
-Acompáñeme, es la casita blanca, justo en la esquina. Allí vivo con mi familia terrestre.
-No quiero molestar, dijo el extraño.
-Ninguna molestia. ¿Cuál es su nombre?
-Azul. Mi nombre es Azul.
-¿Azul? ¿Por qué Azul?
- Por el color de mis pies.
- Mire usted -añadió José.
Al llegar a la puerta de la casa, José le dijo a Azul que esperara un momento. Entró, le dió un beso a su esposa María, saludó al resto de la familia y anunció:
-Invité a un tronado a cenar a casa y pasar la noche. Dice que se cayó de una estrella. Síganle la corriente –y, dirigiéndose a sus hijos, Luis de once años y Mario de trece, les destaca:- ¡No lo jodan!. Parece un buen tipo y es mi invitado.
Todos asintieron. José hizo pasar a Azul, las presentaciones de rigor y a sentarse a hablar un rato hasta que llamaran a comer. Se ubicaron en el living en unos cómodos sillones de cuero. Azul pidió permiso para quitarse el calzado. Sus pies se habían resentido con el impacto.
-Por supuesto -dijo José-, póngase cómodo.
Azul se saca las botas espaciales y quedan expuestos dos pequeños pies azules y brillantes.
-¡Mire usted qué bonitos pies! -apuntó María.
-A mí no me gustan -dijo Azul.
-¿Por qué? -preguntó José.
-Porque prefiero los rojos. Soy hincha fanático de Independiente.
-Qué casualidad, hincha de Independiente y cayó en Avellaneda -dijo Mario sin poder reprimir una risita burlona que apagó rápidamente la dura mirada de papá.
-No me diga que caí en Avellaneda. En Argentina.
-Sí le digo. A dos cuadras de aquí está la cancha del Rojo.
-¿Podemos ir? -preguntó Azul.
-Bueno, después de cenar -dijo José.
-Durante la cena, Azul contó que vivía en Decolores, la ciudad capital de la provincia Colorín, en pleno corazón de
-¿Blanquiceleste? -interrogó José.
-Si, Blanquiceleste. Su nombre fue impuesto por el nuevo presidente, fanático de Racing. En mi país todo está pintado de celeste y blanco.
-¿Por qué tanta influencia de Avellaneda? -preguntó María.
-Porque los pioneros, los fundadores, nacieron en Avellaneda. Se trasladaron a lo que hoy es
-¡Pero si en Avellaneda no hay ni colectivos! ¿De qué naves espaciales habla? -apuntó Luis.
-¡Eso! ¿Naves espaciales en Avellaneda? ¿Cómo se explica? -agregó José.
-Mis ancestros vivían en Avellaneda, pero debajo de la tierra. Una serie de túnels los comunicaban con el exterior. Así, los domingos salían al exterior a ver a Rojo o a Racing, según la pasión futbolera de cada uno, confundiéndose con la gente común.
Todo fue bien hasta que la contaminación fue agotando el oxígeno. Nuestra tecnología nos permitió construir dos naves espaciales. Así partimos a nuestro actual destino. En una viajaron los Rojos y en la otra los Blanquicelestes.
Increíble, realmente increíble -exclamó José mientras por lo bajo le comentaba a María: Este está más tronado de lo que pensaba.
-¿Podemos ir a la cancha? -preguntó Azul.
-Vamos -dijo José. A la familia le dijo que se quedara.
-¡Y las luces! ¿Encenderemos las luces del estadio?
-Hoy es su noche de suerte. El iluminador y canchero es mi hermano y hoy está en la casa. Pasamos a buscarlo y seguro que acepta cumplir con su berretín.
- Hola Raúl -saludó José a su hermano-.Te presento a Azul.
- Mucho gusto -dijo Raúl.
José le contó a Raúl lo sucedido con todos los detalles. Raúl le hizo pata a José y los tres marcha ron hacia el estadio. Azul pisó el césped testigo de mil batallas, lo besó, no lo podía creer. Una lágrima infidente puso en evidencia su emoción ilimitada. Raúl prendió todas las luces.
-¡Bello!¡ Bellísimo! -exclamó Azul.
En eso estaban cuando un festival de luces multicolores aparece en el cielo.
-¡La patrulla de rescate! -grita Azul.
En un instante, sobre la alfombra verde del Rojo se posa suave y sacrílegamente un plato volador Blanquiceleste. Se abre una escotilla al tiempo que se despliega una escalera que llega hasta el césped del estadio. Azul abrazó a José y a Raúl con la fuerza del agradecimiento sincero.
-Adiós amigos. Jamás los olvidaré.
Subió la escalera, se cerró la escotilla y el plato volador blanquiceleste en un instante se mezcla con las estrellas que vestían el cielo de Avellaneda. José y Raúl lo siguieron con la mirada y las bocas abiertas. Nunca lo contaron, Jamás les creerían.
No duden nada de lo narrado. Yo estuve allí.
azul
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y si... para ser de Racing, hay que ser marciano.
ResponderEliminarHugote, qué tenés contra los de Racing ? Seguro que sos un groncho de Boca, de los barrios bajos del sur...
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