Las deudas de juego habían llevado a Valeria a la ruina. No era mucho, moneditas. Moneditas que no pudo reunir para devolver a tiempo y allí estaba, sentada en la sala de espera del estudio jurídico del Dr. Cuervo, buscando una pizca de compasión.
-Pase, Valeria -dijo el Dr. Cuervo.
-¡Voy, doctor! -fue la ahogada exclamación de Valeria.
-¿Que la trae por aquí? -preguntó con una sonrisa insolente el doctor Cuervo.
-Usted sabe, doctor. El juego, ese maldito juego. Los prestamistas que me cobraron intereses usurarios. Esa enorme deuda que usted me reclama y yo no puedo pagar.
-Error, Valeria, error. Yo no le reclamo nada. Son mis clientes, que exigen el pago de lo que usted les debe a ellos.
-Pero yo no debo la enormidad de dinero que dice la intimación.
-Y, Valeria, usted sabe. Intereses. Honorarios. Indexación. Gastos. Todo suma, mi querida Valeria, todo suma mi querida amiga -comentó el doctor Cuervo con su sonrisa burlona.
-Bueno, doctor Cuervo, yo quiero pagarle pero como pueda. Hágame un plan y yo le voy pagando por mes cuando cobro la jubilación.
-Imposible, Valeria. Imposible. Mis clientes están insoportablemente ansiosos.
-No mienta, doctor Cuervo. Yo fui a hablar con ellos y me dijeron que si usted aceptaba, ellos no tenían problemas en que pagara como pudiera.
-Bueno, Valeria. Ellos me deben mucho dinero y me pagaron con deudas, entre ellas la suya.
-Entonces es usted, doctor Cuervo, el que no me quiere ayudar.
-No es que no la quiera ayudar, Valeria, es que no puedo. Si hago una excepción con usted tendría que hacerlo con todos.
-¡Pero doctor, me va a tener que rematar la casa! ¡Sólo tengo mi jubilación!
-Valeria, me duele. Se me rompe el corazón, pero no queda otra.
-Mire, doctor Cuervo, no le va a resultar fácil, voy a ir al juzgado, a la defensoría, hablaré con el intendente, con políticos. Le va a llevar tiempo.
-Vaya, Valeria, vaya. Y no se preocupe, yo tengo todo el tiempo del mundo.
Valeria se fue con los ojos rojos del llanto. ¡Estos cuervos no tienen alma!, gritó al pasar por la concurrida sala de espera. Con un portazo abandonó el lugar.
El doctor Cuervo siguió atendiendo víctimas hasta tarde. Al concluir se limpió la sangre; su sonrisa burlona apareció natural pensando que al día siguiente comenzaban unas merecidas vacaciones. Europa lo esperaba junto a su esposa y sus hijas.
Subió a su BMW cero kilómetro., aceleró rumbo a su mansión en el más exclusivo barrio privado de la ciudad, llegó, franqueó la barrera de entrada y arribando a su residencia un fuerte dolor en el pecho lo dejó sin aliento. Estacionó junto a la vereda. Descendió del automóvil como pudo y alcanzó la puerta de entrada a su domicilio. Se recostó en la pared de la casa tratando de reponerse cuando de la nada apareció justo a su lado una bellísima mujer que con voz agria y sin vueltas le dijo:
-Vamos, Cuervo, es el final. El dolor del pecho es porque el corazón se le hizo pedazos.
-¿Y vos quién sos? -interrogó el doctor. Cuervo con la poca arrogancia que le quedaba.
-Soy
Cuervo se dio cuenta de que era verdad. Que partía de este mundo irremediablemente y gritó desesperado.
-¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Soy inmortal!
-Nadie es inmortal, querido -apuntó
-Está bien -dijo Cuervo resignado-, te pido un favor: antes de llevarme dejame que me despida de mi mujer y mis hijas.
-Haga Cuervo, haga. ¡Tengo todo el tiempo del mundo!
todo el tiempo del mundo
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