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matilde

Juan despertó inquieto, ansioso, como cada mañana. Miró hacia la izquierda y el lecho vacío, la tristeza profunda, lágrimas de ausencia, Matilde ya no estaba a su lado. La bella y fiel compañera había marchado prematuramente y con ella la voluntad, las ganas de seguir, mil proyectos.
La soledad, todo el vacío. Apenas se levantaba. La depresión era relevante y no tenía ninguna intención de reponerse.
Sin hijos ni pariente alguno, un par de amigos lo visitaban cada tanto exhortándolo a quebrar la desidia, la falta de voluntad, mas las palabras de aliento chocaban con la obstinada omisión de Juan.
Juan era un hombre joven; a sus cuarenta y cinco años se destacaba por su fortaleza y habilidades varias, pero el propio abandono que no podía vencer lo debilitaba cada día más.
Un par de veces en cada jornada bajaba hasta la cocina, unos mates y nuevamente a la cama, que se había transformado en el refugio exclusivo y excluyente elegido para ocultar sus lágrimas, para consolar su inmensa pena.
Una mañana, al llegar al pie de la escalera se miró en el inmenso espejo que vestía la pared. No se reconoció: su figura corpulenta había desaparecido, reemplazada por un cuerpo delgado, encorvado, vencido.
En un instante le pareció ver una sombra junto a él. Se colocó los anteojos y a su lado se encontró con la imagen de Matilde.
Sintió que se desvanecía, logró reponerse y por primera vez en varias semanas una sonrisa se dibujó en sus labios.
-¿Matilde? -preguntó Juan.
-Sí, Juan -respondió la imagen en el espejo-. Soy Matilde, tu esposa. ¡Cómo te extraño Juan!
-¡Matilde! ¿Qué haces aquí? Es un sueño, ¿verdad?
-No, mi amor, no es un sueño. Vine a visitarte, a saber como estás, te veo muy desmejorado.
-Es tu ausencia, Matilde. Sin tí la vida no tiene ningún sentido. ¿Pero dónde estás? ¿Me estoy volviendo loco?
-No, no estás loco, Juan. Estoy en el Paraíso. No te preocupes por mí.
Te amo. Siempre estaré contigo. Adiós, Juan.
-¡Matilde! ¡Matilde! ¡No te vayas!
El clamor de Juan no tuvo éxito y la imagen de su compañera esapareció en el espejo. A partir de ese día Juan no subió más a la habitación. Colocó su cama frente al espejo y esperó por Matilde. No se me movió de su puesto de vigilancia. Pasaron varios días hasta que Matilde reapareció.
-¡Al fin, Matilde! ¡Sabía que volverías!
-Juan, estoy tan preocupada por vos. Te ves muy mal -dijo Matilde.
-No importa -afirmó Juan-. Solo me interesa verte, hablar unas palabras. No puedo seguir, Matilde. Tú eras toda mi vida. Por tí trabajaba, reía, planeaba, sentía la dicha de ser feliz. Todo eso murió con tu partida.
-Tienes que seguir, Juan. Eres joven, disfruta del sol, del aire fresco, del mar.
-Ya no significan nada para mí. Disfrutaba de las cosas contigo, gozaba de cada cosa junto a ti. Ahora no hay más que estas paredes, testigos del inmenso amor, el continente de nuestro hogar.
-Juan, no puede ser. No debí acercarme al espejo. Tú debes vivir, Juan. No volveré, créeme. No volveré. Lo lamento, Juan. Te amaré por siempre. Adiós, querido.
-¡Espera, Matilde! ¡Regresa!
Nuevamente su ruego fue inútil. El espejo sólo devolvió su lánguida figura. Juan retornó a su lecho frente al espejo. No pudo levantarse más. Los mates fueron olvido y dejó que la mente hiciera su trabajo. La imagen de Matilde en todos los instantes, despierto o en sueños. Su mujer amada en cada momento.
Una tarde en que el sueño lo había vencido escuchó que lo llamaban por su nombre. Miró hacia el espejo, allí estaba Matilde. Intentó saludarla, casi sin fuerzas esbozó una sonrisa.
-Juan, vive -dijo Matilde.
-No sin ti -respondió Juan.
-Acércate entonces -añadió Matilde.
Juan se acercó hacia el espejo.
-Dame tu mano, querido -susurró Matilde.
Juan extendió la mano que apretó la de Matilde y atravesó el espejo. Un beso intenso fue el sello del eterno amor.

2 comentarios:

  1. Es terrible, en especial cuando (con razón?) la esposa dice "No debí acercarme al espejo.", y ahí abre el debate: si nosotros luego de morir pudiéramos comunicarnos con nuestros seres queridos que dejamos en vida, deberíamos hacerlo? Si pudiéramos contactar a nuestros seres amados que han fallecido, deberíamos hacerlo? Ningo nos enfrenta a estos temas escatológicos a los que la mayoría no estamos preparados. Muy conmovedor, moviliza....

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