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que la amaba

Pablo y Laura se amaban desde la adolescencia. Cuando Laura cumplió quince años, su padre, titular de una fortuna cuantiosa, hizo una enorme fiesta. Allí Pablo, que contaba con la misma edad de Laura, fue contratado como mozo. Un cruce de miradas fue suficiente. Un encuentro furtivo esa misma noche y el primer beso. Jamás se separaron, no obstante las objeciones del padre de la niña y los mil impedimentos que el riguroso progenitor se encargaba de instrumentar permanentemente. Laura debía frecuentar jóvenes de su condición social. Pablo era una influencia desafortunada.
Culminaron la escuela secundaria y ambos continuarían sus estudios en la universidad. Pablo era un apasionado por la ingeniería aeronáutica. Soñaba con diseños extravagantes que triunfarían en la aviación del mundo. Pilotearía sus propios aviones, el cielo sin límites era el justo tamaño de su ambición.
Laura se ilusionaba con ser médica, la mejor médica cirujana de niños con discapacidades. Lograría despertar infinidad de sonrisas en los mocosos que seguramente iba a atender.
Pablo se inscribió en la universidad local. El padre de Laura realizó los arreglos necesarios para inscribirla en el extranjero. En la mejor escuela de medicina del mundo.
Al tiempo de separarse juraron que el día que Laura cumpliera 23 años, ya recibidos, con toda una vida para gastar, se encontrarían a las 13 en punto en el viejo árbol que supo de todos sus secretos, de mil caricias, besos, del cariño más sublime. A partir de ese momento nada los separaría y serían felices para siempre. Un largo beso, el interminable abrazo y las lágrimas de Laura sellaron la despedida.
Transcurrió el tiempo, Pablo se convirtió en un exitoso ingeniero aeronáutico, sus diseños eran requeridos por las firmas más importantes. Hizo buen dinero que le permitió ahorrar una suma de relevancia y logró comprarse un pequeño avión que era su chiche preferido. Ni un sólo instante dejó de pensar en Laura y en el día y la hora del encuentro.
Laura estudió arduamente y el título de médica fue suyo. Completó su carrera con una especialización en cirugía infantil, destacándose inmediatamente entre sus pares.
El momento del encuentro estaba próximo. Una semana antes del día fijado, Laura viajó a su ciudad natal. Compró un pequeño departamento y preparó todo lo necesario para que ningún detalle se pasara por alto. Pablo puso en condiciones su avión; el viernes volaría a encontrarse con Laura.
Al fin llegó el día. Pablo despegó sin dificultades el día era bello, el cielo intensamente celeste sin nubes. A mitad del vuelo uno de los motores comenzó a tener dificultades hasta que se detuvo totalmente. Pablo se preparó para un aterrizaje de emergencia. El otro motor también comenzó a fallar. Buscó el campo debajo de su máquina, planeando lo fue bajando con destreza, mas no pudo evitar el tremendo impacto. Sintió que estaba muy lastimado. Logró salir de la cabina, se
arrastró por la tierra seca un pequeño trecho justo antes que el tanque de gasolina se incendiara y convirtiera en inevitable la explosión.
Casi inmediatamente fue internado en grave estado en el hospital de la ciudad más cercana. Fue intervenido quirúrgicamente casi sin esperanzas, graves quemaduras, fracturas incontables, y la conciencia que negaba su presencia. Después de la operación lo alojaron en terapia intensiva con un pronóstico pesimista de los médicos.
Mientras tanto, Laura se preparaba cuidadosamente para el encuentro. Estaba bella, radiante, feliz. Subió al auto y a las 12 había llegado al querido árbol testigo de ese amor que no conocía limites. Aguardó con ansiedad, a las 13 y 30 comenzó a preocuparse. Imaginaba que Pablo no vendría, que era una tonta, que todo era una fantasía, una utopía irrealizable, que seguramente Pablo estaría muy lejos de allí.
Con las sombras de la noche decidió marchar. Llegó a su casa y se encerró durante una semana en su habitación. No lograba recuperarse. Amaba tanto a Pablo. Jamás lo olvidaría. La visita al árbol de la cita se repetía cada día. Laura no se resignaba. Pablo tenía que ir. Ella sabía que en cualquier momento aparecería con una disculpa cualquiera y la abrazaría.
Una mañana, al recibir el diario buscando en las necrológicas informes de una tía abuela que había fallecido se encuentra con un anuncio que le destrozó el corazón.
Un recordatorio mencionaba que Pablo Rodríguez había fallecido el 17 de setiembre, el día de su cumpleaños, a los 23 años de edad; sus restos fueron sepultados en el cementerio local. Desesperada, comenzó a correr, gritar, se colocó un abrigo subió al auto y se dirigió al cementerio local. Buscó llorando desconsolada la tumba hasta que la encontró. Allí estaba: Pablo Rodríguez, fallecido el 17 de setiembre de 2007, a los 23 años.
Pablo, su Pablo había muerto. Toda la felicidad planeada, las vidas juntas, la ilusión de la gran familia destrozada. No lo resistió. Se desmayó. El guardián del cementerio llamó a la policía que la internó pues no lograron hacerla reaccionar.
Al día siguiente despertó llena de cables y tubos. Pensó que se estaba muriendo. Esa idea la hizo sentir feliz se encontraría con su amado Pablo en un mundo mejor.
El médico le dijo que estaba bien. Que había sido sólo una fuerte descompensación y que podía retirarse a su domicilio. Decepcionada se duchó, se vistió lentamente y partió maldiciendo por tener que volver a la cruel realidad, enfrentar el resto de su vida sin Pablo.
Cuando salía fue atropellada por una enfermera que corría sin ver, y gritando: ¡Maldito loco no te vas a escapar del hospital! ¡Lo que tenías que hacer el 17 ya no lo harás! ¡Sujétenlo que le aplico el sedante! Aunque no sabía a qué se referían las expresiones de la enfermera, Laura con el corazón latiendo a mil, se introdujo en la sala de cuidados intensivos detrás de ella. Una inmensa sonrisa le rompió la cara. Allí sometido por cuatro auxiliares ¡Pablo! ¡Su Pablo!, lleno de vendas y clamando que lo dejaran salir, que no podía fallar, que fueron largos años. ¡Que la amaba!

2 comentarios:

  1. que capo Ningo! que lindo cuento... Soy bastante duro, un tanto de piedra, pero vos lográs que se me humedezcan los ojos. Y eso que nunca me gustaron las historias ni las pelis románticas... es toda una novedad, estás haciéndome descubrir una faceta mía que no conocía. Gracias Ningo, gracias Héctor.

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  2. Hugote...las historias y las pelis romanticas son de lo mejor...como ésta que Ningo acaba de escribir...
    Ningo...por qué elegistes el numero 17 ? Si yo la hubiera escrito, habria elegido el 26...

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