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bipolar

El licenciado Miguel Rayé estaba enfurecido. El más prestigioso psiquiatra de la ciudad capital, Jorge Deltomate, le había diagnosticado con una suficiencia llena de soberbia insoportable que padecía de trastorno bipolar.
La discusión después de la doctoral afirmación no tuvo desperdicio.
-¡Esa es una afirmación sin fundamento! -gritó enfurecido Miguel.
-Esa es una falta de respeto a mi trayectoria y a mi prestigio que no le voy a tolerar. Usted es un bipolar grave. No puede estar atendiendo pacientes. Debe hacer un tratamiento con un profesional especialista en el tema y tomar los medicamentos que le consigne en la receta, en la forma y tiempo indicados. Y quiero verlo en diez días o haré la denuncia pertinente en el Colegio de Psicólogos.
-Usted no me va a hacer ninguna denuncia. Yo lo demandaré por acoso profesional, abuso y mala praxis.
-¡Mirá, mocoso imberbe! ¡Respeta las canas y mi experiencia! No tenés ningún derecho a gritarme, menos en mi consultorio.
-Yo soy el gil que te pago una fortuna para que me digas cualquier cosa.
-¿Por qué soy bipolar? A ver, ¿por qué?
-Porque sí.
-Porque sí es la respuesta de los que no saben.
-Porque sos un desequilibrado. Lo estás demostrando en este momento, no podés manejar la ira, los impulsos. Sos un lobo con piel de oveja.
-Eso no es un diagnóstico, es una tontería sin sentido.
-Bueno, andate, te regalo la consulta, no te conozco ni me conocés. Pero de onda te doy dos consejos. Buscate un buen profesional y no atiendas más a ningún paciente.
-Y vos cerrá este aguantadero de locos -exclamó Miguel, cerrando la puerta en las narices de Deltomate.
Hablando solo, sacando toda la bronca, llegó a la clínica donde atendía un par de días por semana. Apenas instalado en el consultorio, mientras acomodaba los lápices y el cuaderno de citas, ingresó la secretaria con cuatro fichas correspondientes a los pacientes del día.
-¡Hola Miguel! ¿Cómo andás, bombón? -lo saludó con el atrevimiento acostumbrado Marisa, la secretaria.
-¡Bien, linda! ¿Alguna novedad?
-Mirá, Miguel, atendé primero al señor Juan Esquina que está muy pasado.
-OK, dulce. No te olvides: esta noche cena íntima y pasión de las buenas.
-Jamás lo olvidaría querido. Never.
-!Esquiiina! ¿Señor Esquiiiina!
-Si, doctor, Esquina. Mucho gusto.
-Mucho gusto, Miguel, siéntese, por favor.
-Gracias, licenciado.
-¡Muy bien, señor Esquina! ¡Muy bien! Licenciado, no doctor ¡Licenciado!
-exclamaba algo excitado Miguel.
-Si, eso. Licenciado, je,je,je, ratifico -dijo de manera extraña Esquina.
-¿Y qué lo trae por aquí, mi querido amigo? -preguntó Miguel.
-Me estoy volviendo loco, licenciado, se lo juro. Estoy enloqueciendo.
-Exagera, Esquina, exagera. ¿Por qué dice que se está volviendo loco?
-Quiero volar, licenciado. Siento el impulso irrefrenable de volar.
-¿Qué tiene eso de raro? Yo recién vengo de volar. Bajé del avión hará unas seis horas.
-No, doctor, yo quiero volar tirándome de la ventana, o de la terraza del edificio de departamento en que vivo.
-¡Ah mi querido Esquina! Volar es espectacular. Yo soy paracaidista. No hay nada como sentir la fuerza del viento en la cara, abrir las manos y moverlas como si fuera un pájaro, la sensación de libertad.
-¿Vio, doctor? Eso quiero sentir. El aire en la cara, la libertad, aletear como los pájaros.
-Venga, Esquina, acérquese -dijo Miguel mientras abría de par en par el amplio ventanal del séptimo piso del edificio donde se ubicaba el consultorio-. Póngase a mi lado, medio zapato en el aire, aspire fuerte, a todo pulmón, sienta la libertad, aletee como las palomas. Quédese un rato mientras voy a buscar dos cafés.
Al rato. Miguel Rayé llega con los dos cafés. Esquina ya no estaba. Espantado corre a la ventana, mira hacia abajo y sostenido del toldo del piso sexto, Esquina gritando.
-¡Bárbaro, licenciado! ¡Lo logré! ¡Usted es un genio! ¡Volé! ¡Al fin voléééé!
Mientras los bomberos lo desprendían del toldo y los enfermeros del psiquiátrico le colocaban a Esquina un chaleco de fuerza reforzado, este no dejaba de gritar.
-¡Volé! ¡Volé! ¡Soy el hombre pájaro! ¡Lástima que quedé atrapado en el toldo!
En el ínterin Miguel Rayé, sin gestos en su rostro daba una clase magistral a sus pacientes y a la apetecible secretaria.
-Estas psicosis delirantes son un verdadero desafío reservado para profesionales audaces como yo. Esquina sólo necesitaba una oportunidad.
El Licenciado Miguel Rayé le mostró que su aspiración de volar debía dejar de ser una frustración sin fin sino la consagración de la libertad. Esquina será un hombre feliz para siempre. Su gran ilusión se hizo realidad. Esa es la función del terapeuta. ¡Que sus pacientes sean hombres libres y felices! ¡¡¡Vamos Miguel todavía!!!

3 comentarios:

  1. Muy bien puestos los apellidos!!

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  2. Es el segundo cuento de psicologos chiflados que leo en 2 días en este blog! Ningo: estás yendo al psi? Si tu terapeuta llega a leer tus cuentos se va a dar cuenta del concepto que tenés de su profesión...!!! Si luego te sube los honorarios no te quejes.

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  3. pienso igual que Hugote, Ningo, estas yendo al psi ? se te vana poner en contra, ojo...

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