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mirada

María sentía una profunda depresión. Un bajón que no podía superar. A los veinticinco años, dueña de una belleza muy poco común, no lograba que ningún hombre reparara en ella.
Terapias, yoga, amigas fieles y compinches, un trabajo pleno de hombres apetecibles que bromeaban con ella, le contaban sus hazañas amorosas, le hablaban de las actuaciones de sus equipos de futbol favoritos pero jamás, nunca un piropo, una sonrisa cómplice, una mirada provocadora, una cita relevante, nada.
Harta de su vida árida, con muchas navidades y ninguna nochebuena, entró a la confitería de costumbre, se sentó en una de las mesas de la ventana, pidió el té de rigor y trató de olvidarse del asunto.
Se sirvió y al hacerlo levantó la mirada en el justo momento que un muchacho bello de enormes ojos azules, cabello como el trigo la miraba.
Obviamente, volvió a dirigir la puntería hacia el mismo  lugar y confirmó que su primera apreciación no era errada. Trató de disimular el entusiasmo. Había olvidado cuando fue la última vez que un tipo pintón como su ocasional galán se había fijado en ella.
Decidió olvidarse de su timidez y buscar en algún lugar del arcón de sus vivencias una pizca de atrevimiento. Así no ahorró sonrisas insinuantes, gestos provocativos, alguna caída de ojos; cruzó criminalmente sus bellísimas y largas piernas, las acarició casualmente, pero nada, sólo la mirada que aparecía obstinada y ningún avance.
Al tercer té decidió poner fin al juego. Llamó al mozo, pagó, tomó su cartera, se levanto y puso rumbo a la puerta de salida.
Al pasar por la mesa de bello muchacho mirón decidió sacarse la duda que le molestaba. Lo enfrentó y le preguntó:
-¿Por qué me miró toda la tarde? ¿Por qué no me sacó los ojos de encima?
-Discúlpeme, señorita, pero yo no la miré.
-¡Sí me miró! ¡Toda la tarde! ¡Quizás sea un juego! ¡Un pasatiempo que lo divierte! Hoy están todos locos, ¡Se hacen el bocho con cualquier cosa! ¡Quizás esperaba que me acercara yo! ¡O cree que soy una cualquiera! ¡No, m’hijito, no soy una cualquiera!
-Jamás puedo pensar eso de usted -respondió el bello caballero.
-Pero me maltrató, ¡Me hizo entrar! ¡Me llené de ilusiones, de fantasías! ¡Para nada!, ¡Eso, señor, para nada!
-Señorita, yo no la maltraté. Yo no hice nada.
-Justamente eso. ¡Me provocó, me entusiasmó y no hizo nada! ¡Dos mesas, nada más que dos mesas tenía que acercarse! - gritaba la pirada.
-Miré señorita, no sé quién es usted, ni donde estaba sentada. Le aseguro sin duda que yo no la miraba.
-¡Usted es un mentiroso!
-No, señorita, yo no soy un mentiroso. Yo, señorita, soy ciego.

1 comentario:

  1. Era cuestión de pedir disculpas y seguir adelante. Estas escenas de los bares son muy entretenidas! Ahora Ningo, permitime: "muchas navidades..." te salió la parla del rioba, deschavaste tu origen de los suburbios...

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