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emoción violenta

A veces en un lago de agua calma, una inesperada ráfaga de fuerte viento lo semeja a un mar bravío, furioso, incontrolable, impredecible. Un episodio de la naturaleza señalada ocurrió frente a mis narices. Una serie de hechos verdaderamente insólitos para el ámbito y la investidura de sus protagonistas.
En efecto, momentos antes del acontecimiento los jueces que integraban la Cámara de Apelaciones y yo, como secretario de la misma, subíamos la escalera que nos llevaba a la Sala de Audiencias donde se desarrollaría un juicio sobre homicidio calificado.
El doctor Carlos Pérez encabezaba la fila seguido de sus otros dos colegas, los doctores Migues Bustos y Darío Martínez. El doctor Pérez era titular de una estructura física voluminosa; los pantalones del traje siempre aparecían como pegados a sus piernas pues el grosor de las mismas era toda la comodidad que podía permitirse aun cuando usaba el talle más grande que se vendía en las sastrerías locales; los botones de su camisa eran una amenaza para el ojo de quien se sentara frente a él; las solapas del saco apenas cubrían los laterales de su estómago, mientras que una corbata extremadamente gruesa trataba de disimular el cuello de su camisa siempre desabrochado.
El doctor Martínez era el gran bromista de la justicia: siempre un chiste en los labios, siempre la carcajada irreverente al culminar la ocurrencia. Mis oídos podían escuchar la taquicardia del doctor Pérez pese a estar varios escalones más abajo. Me asomé para confirmar si estaba bien y lo ví enfrentar y tropezar con el último escalón cayendo contra el suelo sin lograr apoyar sus manos.
Las consecuencias fueron terribles. La cara del doctor Pérez pegó plena contra el suelo, la pierna derecha de su pantalón se descosió en toda su extensión, los botones de la camisa saltaron despedidos por la presión del abdomen del magistrado, el saco se descosió en toda su espalda.
El doctor Bustos y yo acudimos de inmediato en auxilio del doctor Pérez que yacía boca a bajo, como una ballena varada en la playa, intentando buscar una manera de erguirse pero todo su esfuerzo aparecía estéril. Con el doctor Bustos lo tomamos de los brazos e intentamos ponerlo de pie. Fracaso total, apenas despegó unos centímetros del suelo.
En el ínterin, mientras pedíamos que nos ayudaran, el doctor Martínez comenzó a gritar:
-¡El gordo se hizo mierda! ¡Que se jubile por obesidad o un día se va a matar o va a matar a otro si se le cae encima! -todo coronado con una estruendosa carcajada.
Bustos lo miró a Martínez con cara de pocos amigos, no obstante lo cual el bromista no cesó de remarcar aspectos graciosos de la situación.
Con la ayuda de dos fornidos empleados conseguimos levantar al doctor Pérez y sentarlo en el sillón de la sala de espera. Pérez respiraba con dificultad y en su cara se mezclaban los chichones del golpe en la frente, la sangre que manaba de la nariz y la tierra del suelo esparcida en su tez hinchada. El abdomen en libertad, por la falta de botones, mostraba rasguños varios, iguales que la regordeta pierna que aparecía plena al descoserse el pantalón.
Martínez, sin parar de reír puso una mano en el hombro de Pérez y, en plena cara, jocosamente le dijo:
-¡Gordo, sos un elefante, no podés moverte! ¡Dormís en cama reforzada! ¡Tu mujer se rajó por legítima defensa, tenía miedo de morir aplastada! ¡Jubilate, Gor...!
Allí, rugiendo como una fiera al tiempo de atacar, Pérez se levantó, tomó con la mano izquierda las solapas de Martínez y su enorme puño destruyó el rostro del bromista que cayó como una marioneta, sin una pizca de conciencia.
La falta de reacción de Martínez asustó a todos. Absolutamente inconciente. Apenas llegó el médico, pidió urgente un par de ambulancias. Trabajó sobre el tórax de Martínez, el cuello, puso algo en su nariz y allí el bromista comenzó a reaccionar.
Bajaron dos camillas, donde con dificultad los paramédicos lograron ubicar y ajustar a ambos jueces. Martínez bajó primero, un estudio neurológico urgente lo imponía.
Al pasar al lado de la cara de Pérez, con la risa que le permitía su rostro destruido le gritó:
-¡Chau, gordo, cuidate! ¡Te falta sentido del humor, gordo! ¡Ah! ¡Lo del miedo de tu ex mujer me lo dijo ella anoche cuando estábamos haciendo el amor! ¡Es insaciable la flaca! ¡Insaciable!

2 comentarios:

  1. Qué guacho este Martínez, merecía que le hubieran arrugado más la cara.
    Adelante Ningo, me entretengo mucho con tus historias.
    Delia

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  2. Che ningo, de acuerdo con Delia, se nota que de ésto sabés, uno mas !

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