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golpes de muerte (caso judicial con dos finales)

Javier entró a la casa molesto. Cerró la puerta con violencia, su madre no mereció ni un saludo. La odiaba intensamente desde el mismo momento en que le había hecho saber que era hijo adoptivo, que carecía de datos sobre su madre biológica. Había dejado pasar dieciocho años para decírselo.
Se encerró en su habitación, abrió la heladera que había instalado como mobiliario para llenarla de cervezas. Una cama, un pequeño guardarropas y una mesa completaban el vestuario del dormitorio.
En instantes, dos botellas de un litro quedaron ausentes de su rubio y espumante contenido; tomó dos pastillas de su droga predilecta, la que le transformaba esa vida triste y sin sentido en un paraíso indescriptible, el bajón era bravo pero valía la pena.
Se acostó en la cama mientras abría otra botella. Los efectos del estupefaciente mágico empezaron a hacer efecto. Entró en un estado de euforia y agitación, la realidad dejaba de ser. Volvió al salón de entrada a la casa y empezó a gritar por su madre ¡Vieja!, ¡Vieja! ¡Vení que necesito plata! ¿Donde la escondés? ¡Tengo que salir!
La madre se refugió en su dormitorio. Javier tomó una vieja hornalla de cocina que estaba sobre la mesada y la estrelló contra el piso. La hornalla se rompió en siete pedazos, los tomó uno a uno, los guardó en los bolsillos, abrió la puerta de la habitación y enfrentándose a su madre comenzó a gritar:
-¡Dame la plata, vieja de mierda! ¡O me das la guita o te mato! –siguió amenazando enloquecido, mientras lanzaba contra la cabeza de Virginia los trozos de hierro de la hornalla. Dos de los proyectiles dieron en la cabeza y el cuerpo de la mujer, que con sus sesenta y cuatro años mal llevados no podía oponer ninguna resistencia. Con el puño Javier le golpeó la cara a su madre sin dejar de reclamar el dinero. Allí Virginia exclamó ¡Basta Javier! ¡Basta!
La respuesta de su hijo fue tomarla del cuello, levantarla y llevarla arrastrando contra el piso. Allí volvió a sujetarla del cuello y golpeó con fuerza su cabeza y su cuerpo contra la pared que se salpicó de sangre. La soltó y su madre cayó pesadamente al suelo. Miró hacia el marco de la puerta que daba al pasillo, la parte superior del tirante estaba a punto de desprenderse, lo sacó de un tirón en el justo momento que Virginia trataba de sentarse en el piso. Apenas lo logró, Javier le aplicó un violento golpe sobre la frente provocándoles dos heridas enormes y un estado de inconsciencia que no lo conmovió.
Se levantó, fue a la heladera, tomó dos cervezas mas sobre el piso, se estiró y quedó profundamente dormido.
Al despertar, su madre seguía inconsciente en el mismo lugar en que había recibido el tremendo golpe con la madera. Se asustó. Llamó a una ambulancia, ayudó a acomodar a Virginia en la camilla, dijo a los médicos que no recordaba nada, que no sabía que había pasado. A los cuatro días, el hematoma que generó el traumatismo de cráneo producido
por el golpe con el tirante determinó la muerte de Virginia.
En el juicio, Javier repitió que no recordaba nada, que re quería a su madre, que tenía problemas con la droga, que su madre era alcohólica, que él no le había pegado.
El perito bioquímico señaló que había manchas de sangre en la ropa de Javier, en los siete trozos de la hornalla, en el tirante que por la fuerza del impacto se había roto en tres pedazos.
El perito criminalístico señaló que había sangre en las paredes y el piso del primer salón, en una de las piezas, en el marco de puerta que daba al pasillo, que la lucha se había dado en el ambiente señalado en primer término.
Los médicos afirmaron que el tirante era idóneo para producir las dos lesiones que presentaba Virginia en la frente, de nueve y once centímetros respectivamente, y el traumatismo de cráneo, sosteniendo que si bien no podían decir con exactitud la mecánica del hecho, esto es si había sido un golpe o una caída violenta, era indudable que el impacto tuvo una fuerza excepcional al provocar el traumatismo de cráneo en la víctima y la rotura del tirante.
Finalmente la vecina de la casa lindera a la de los sucesos dijo que había escuchado un golpe en la pared y la expresión ¡Basta Javier!
Con los elementos de prueba indicados, el Fiscal imputó el delito de homicidio calificado por el vínculo y pidió se aplicara al imputado la pena de reclusión perpetua.
El defensor afirmó que no había ninguna prueba directa ni de la autoría ni de la materialidad del hecho. Salvo una testigo ocasional nadie escuchó nada. Agregó que la víctima era alcohólica como su cliente, y que como sucede en los estados de ebriedad agudos, alcoholizada cayó sobre el tirante golpeando con la fuerza suficiente para sufrir las heridas que la llevaron a la muerte. Que las ropas de Javier estaban manchadas con sangre porque había ayudado a acomodar a su madre en la camilla y que los destrozos en la casa fueron consecuencia de un acto de furia posterior de su defendido por la bronca que le había causado lo sucedido a su madre. Así al volver a la casa había roto todo el mobiliario.

Condena:
Al tiempo de decidir, los jueces afirmaron que el caso se resolvía por aplicación de un silogismo lógico. Si Javier y Virginia eran las únicas personas que ocupaban la casa donde ocurrieron los hechos la madrugada en que Virginia aparece con gravísimas
lesiones que la llevan a la muerte; si el perito criminalístico afirmaba que las manchas de sangre en las paredes y el piso del primer ambiente de la casa mostraban que allí tuvo lugar la lucha que culminó con las heridas de Virginia; se concluye que en la lucha únicamente se involucraron Javier y Virginia, siendo el primero de los nombrados el que le causó a su madre la graves heridas que determinaron su deceso.
Por ello, por las manchas de sangre en su ropa, el peritaje bioquímico, por las manchas de sangre que aparecieron en cada objeto y en toda la casa entre otros elementos cargosos, no había duda de que Javier fue el autor de la muerte de su madre, calificando el hecho como homicidio calificado por el vínculo y aplicando a Javier la pena de reclusión perpetua.
Hoy, y para el resto de su vida, Javier pasa sus días en la Penitenciaría local. Jamás mostró algún signo de arrepentimiento.

Absolución:
Al tiempo de decidir, los jueces afirmaron que no había prueba suficiente que demostrara sin duda que hubiera ocurrido un delito y menos aún que Javier hubiera sido su autor. Que cualquier posibilidad podía darse como verdadera y por ende, no pudiendo determinar con certeza si la señora Virginia fue victima de su condición de alcohólica y se produjo las lesiones al caer violentamente sobre una superficie idónea para producir la heridas que sufrió, u ocurrió otra cosa, se inclinaron por absolver a Javier por el delito de homicidio calificado por el vínculo en razón de mediar orfandad probatoria.
Una vez en libertad, un amigo de Javier lo ayudó a salir del país y así desapareció para siempre, aprovechando en plenitud las fallas de un fallo que nunca debió ser.

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