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soledad

Esta vida dura y compleja muchas veces nos invita a obviar la realidad y aferrarnos a la fantasía de nuestros sueños, maravillosos, confiables, inmutables.
Pero nada es absoluto, ni siquiera los sueños que a veces nos sorprenden, juegan con nuestra ilusión, nos confunden y la alegría nocturna torna en tristeza y duda.
Mario era titular de una vida trajinada, ruda. Para él, encontrarse con su mundo de sueños donde la bella Soledad era exclusiva y excluyente protagonista, era su máxima ambición. Así, cada noche le otorgaba ese pedacito de esperanza que no encontraba en la realidad.
Soledad era -como dijimos- la estrella de cada una de sus noches. Charlas, caricias, besos, amor con pretensión de eternidad. Pasaron dos años desde el primer encuentro y el cariño entre Mario y Soledad no tenía baches ni tropiezos. Era una relación maravillosa, para siempre, sin fisura.
Una noche Soledad no se hizo presente. Al despertar Mario, su alma estaba llena de ausencia. Una profunda tristeza lo acompañó durante el día. Al llegar la noche accedió a sus sueños con una actitud entre esperanzada y escéptica. Aunque una sonrisa recibió la presencia de Soledad, Mario no tardó en comprender que algo andaba mal. El comportamiento de su amada nocturna había variado: rechazó cualquier tipo de caricia, ningún beso y se marchó rápidamente.
Abrumado y sin poder entender, Mario soportó otra jornada de angustia e inquietud. Un mal presentimiento le impedía esa noche llegar a sus sueños. Cuando al final el cansancio dio paso al misterio, se encontró una nota en el banco de sus encuentros con Soledad. La leyó con avidez. Decía: “Disculpame, Mario, lo nuestro tiene que terminar, me enamoré de Sergio García y sus sueños me han ganado”.
Se despertó transpirando. Eran las dos de la mañana. No podía ser. Sergio García, su mejor amigo le había robado la mujer de sus sueños. No pudo dormir más. Ese día faltó al trabajo y la depresión le impidió levantarse de la cama. Se durmió. Una noche sin ilusión. A la madrugada despertó sobresaltado.
Sergio García estaba muerto por Gloria, la hermana de Mario. Una loca idea vino a su mente. Ese domingo haría un asado en su caso invitaría a Sergio y aunque ignoraba que los sentimientos de su hermana respecto de Sergio, era una posibilidad.
El domingo gran asado. Para decepción de Mario, Sergio y Gloria prácticamente no se hablaron. Con la sensación de fracaso pintada en rostro, se sentó pálido en un banco del jardín. Gloria se percató que Mario no estaba bien, también lo apreció Sergio. Ambos acudieron a asistirlo. Cuando la mano de Gloria tocaba la frente de Mario su piel rozó el brazo de Sergio que intentaba animar a su amigo. Se miraron, Mario sonrió con picardía, los tres se abrazaron. A partir de ese momento Sergio y Gloria no se separaron hasta la despedida, bien entrada la noche.
Al acostarse. Mario aguardó a Soledad que brilló por su ausencia. Pensó que había sido una idea tonta. Sergio durante el día era titular de las caricias de su hermana y por la noche Soledad lo visitaba en sus sueños. Pasaron un par de noches en que Mario tomó un par de sedantes para dormir profundamente.
A la tercera se olvidó y allí apareció Soledad. Tan hermosa y sonriente como en los buenos tiempos.
-¿Donde estuviste los últimos dos sueños? Vine a buscarte y no estabas -dijo Soledad.
-Un problema en el trabajo -se excusó Mario.
-Mario, fui una tonta. Jamás debí dejarte. Sergio no valía la pena. Me engañó en su sueño con una tal Gloria. Ahí me dí cuenta de que cometí un gran error. Que mi amor por vos nunca dejó de ser.
-Mi querida Soledad. Todos cometemos errores. Pero siempre está la posibilidad de repararlos si el arrepentimiento es sincero. Yo te amo intensamente. ¿Y tú, Soledad? ¿Tú me amas?
-¡Con toda el alma, Mario! ¡Con toda el alma, por el resto de tus sueños!

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