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más allá de la muerte

Juan tenía la mirada fija en la pantalla de la computadora. En su departamento, con ropa informal, la cara ausente de la mañanera afeitada y la mente ganada por la nostalgia.
Sesenta y tres años; escribir era su ligero contacto con esa realidad hostil, dura, difícil. Plena de gente que apenas conocía, que nada sabía de su historia.
Añoraba sus raíces, el hogar donde creció y que hoy era una montaña de escombros insolentes por la avaricia y la perversidad de un par de ambiciosas sin piedad. A sus amigos, sus queridos amigos que se fueron con tanta urgencia de la vida. Que se adelantaron a partir con una prisa inusitada. Alberto, Ricardo, Luis, tantos.
Pensando en ellos y su brutal soledad, Juan comenzó a llorar intensamente, como si nunca lo hubiera hecho. En un instante su llanto fue interrumpido por un murmullo de voces que provenían del living. Acudió a ver qué sucedía y la consternación, el asombro, lo paralizó.
Sentado en los sillones que vestían el ambiente, sus viejos amigos Alberto, Ricardo y Luis charlaban animadamente. Confundido, Juan se mezcló con ellos. El abrazo no se hizo esperar. Lágrimas de emoción y alegría, el buen humor de antes, las bromas de siempre, el cariño en cada gesto.
Juan se serenó y dijo:
-¿Qué hacen acá? ¡Ustedes están muertos!
- Sí, es cierto, pero es una situación especial y La Parca nos encomendó una misión importante -dijo Alberto, que se hizo el vocero del grupo.
-Esto no es verdad. Se trata de un sueño. No se vuelve de la muerte.
-Lo que decís es cierto salvo que ocurra una situación de emergencia, en ese caso se resuelve una excepción a la regla del eterno descanso, que deja de ser por unos instantes -señaló Alberto.
-¿Cuál es esa emergencia? -preguntó Juan.
-Tu decisión de suicidarte esta noche, querido amigo -contestó Alberto.
-E…so no es cierto -respondió Juan titubeando.
Alberto se levanta del sillón, se dirige a un pequeño escritorio apoyado sobre la pared, abre un cajón del que saca un reluciente revólver y una caja de balas a la vez que pregunta:
-¿Y esto qué es, Juan? ¿Para qué compraste el arma y las municiones?
-¡Estoy desesperado, amigos! ¡No puedo más! La soledad, la falta de trabajo serio, la pérdida definitiva de la familia, la muerte prematura de mis mejores amigos entre otras tantas contingencias adversas me han derrotado. Quiero dejar este mundo hostil e ingrato, ansío reunirme con ustedes.
-¡No te reunirás con nosotros! -exclama Alberto, agregando-: revolver y municiones quedan secuestrados en este acto por tus amigos. Te aguardan sucesos de enorme relevancia en el futuro inmediato. En ellos no sólo estarás involucrado, sino que serás el principal protagonista. No se puede interrumpir el curso natural de aconteceres importantes. Nadie muere ni puede dar por terminada su vida suicidándose antes de cumplir el objetivo para el que fue destinado desde el momento de la concepción en el seno materno. El tuyo está pendiente. Te queda un largo y dichoso camino que recorrer.
-Pero ustedes están afirmando una fantasía. De este ahora, donde no tengo relación con nadie, salvo el inmenso amor que me regala Mónica y que no merezco, en que la soledad es mi única compañía. El trabajo es un simple pasatiempo sin trascendencia del que no puede derivarse ningún futuro auspicioso. Por eso afirmo que lo dicho es una expresión de deseo de mis buenos amigos y nada más.
-Juan -dijo Alberto-, estamos autorizados para mostrarte una foto de un instante de tu futuro para que lo creas. Aquí está, mirala.
Juan tomo la fotografía que le mostraba Alberto y en ella aparecía rodeando con su brazo el hombro de la morocha de ojos verdes que siempre estaba presente acompañando su crónica tristeza con un pequeño en sus brazos.
-¿Quién es el niño en brazos de Mónica? -pregunta Juan.
-Tu hijo, mi querido amigo -apunta Alberto-. El pequeño que engendrará tu amada de ojos verdes.
-No puede ser -sostuvo Juan-. Mónica no desea tener hijos.
-Lo tendrá con vos, serás un gran escritor y te distinguirán con honores.
-Bueno muchachos, me convencieron. Hoy nace el nuevo Juan. Pelearé para que sus deseos se hagan realidad. ¡Festejemos por este regalo de esperanza y optimismo! -remarcó Juan.
Acto seguido se hizo de cuatro vasos y una botella de buen whisky para concretar el festejo prometido. Al regresar los sillones estaban vacíos. Fue un sueño, un maldito sueño. Me habré dormido en el sillón como siempre y en la siesta de rigor me sorprendieron mis queridos amigos que marcharon tan temprano y con los cuales me uniré sin más dilaciones, se dijo Juan a si mismo.
En un momento se dirigió al escritorio. El arma y las balas ya no estaban. Un papel firmado por Alberto le informaba que el revolver y las municiones habían sido secuestradas. Abrió el segundo cajón que lucía el mueble y en él se destacaba una foto en que se veía sonriente con el brazo rodeando a Mónica y un pequeño niño en sus brazos.
Juan tomó la fotografía, se recostó en el sillón del living y no dejó de mirarla hasta que se durmió profundamente. En el sueño sus tres amigos Alberto, Ricardo y Luis, sentados en tres cómodas nubes intensamente blancas, lo saludaban haciendo el gesto del abrazo, que traduce el cariño sin límites ni fronteras, el que se mantiene más allá de la muerte.

3 comentarios:

  1. Que de vueltas que da la vida! Cuando todo parece perdido y solo queda el pasado, se abren ventanas y a veces, puertas inesperadas. Ningo, te saluda un admirador de tus cuentos.

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  2. a mi también me gusto, Ningo. Positivo.

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  3. Parece un final feliz el de este cuento pero a mi me dejo un sabor medio como amargo, triste. Me quedo pensando.

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