Juan Carlos era un exitoso empresario gastronómico. A sus treinta y tres años había logrado una sólida posición económica y, lo más importante, junto con Mariana, su esposa y Julia su pequeña hija de tres años, conformaban una magnífica familia.
Se sentía un tipo afortunado. Todo lo conseguido había sido fruto de su esfuerzo personal. Mucho trabajo y el apoyo incondicional de Mariana.
A pesar de la juventud, tanto Juan Carlos como Mariana tenían todo el tiempo del mundo para dedicarlo al ocio, a viajar, a practicar deportes. Así Juan Carlos pasaba gran parte de su tiempo en las canchas de golf, mientras que Mariana -luego de intentar seguir a su esposo en el mismo deporte- desistió y comenzó a tomar clases de tenis.
En verdad Mariana se había entusiasmado con el deporte blanco. En realidad su apuesto profesor era un estímulo importante para este súbito berretín tenístico.
Jorge, el profesor, tenía toda la pinta del mundo. Por supuesto no tenía horarios disponibles, ni de mañana, ni de tarde como tampoco por las noches. Luego de muchos ruegos, Mariana consiguió un par de horas y la mejor atención. En poco tiempo era ostensible que Mariana moría por su profe. Sonrisas, gestos, indirectas, llegaron a destino y Jorge la invitó a cenar.
Mariana aceptó sin vacilar. Una excusa cualquiera a Juan Carlos, que jamás dudaría de su esposa, y una noche de buena comida, mejor bebida y el comienzo de un romance peligroso para ambos.
Los encuentros de Jorge y Mariana se hicieron cada vez más frecuentes aunque nunca lograron despertar sospecha alguna de Juan Carlos.
Una tarde, Juan Carlos llega temprano a la inmensa casona de la familia y al dejar la campera en uno de los sillones del living se topa con el celular de Mariana.
Lo toma, aprieta la tecla de mensajes recibidos y allí se encuentra con infinidad de recados de Juan Carlos que dejaba al desnudo el desliz de su esposa, el apasionado romance que vivía con su profesor. Pulsa la tecla de mensajes enviados y en ellos Mariana destacaba las dotes de gran amante de Juan Carlos, el sentido que había encontrado su vida luego de tanto aburrimiento con su esposo, de tanta ausencia de sexo, de caricias del amor que ahora había encontrado en una cancha de tenis.
Juan Carlos no podía creerlo, jamás habría sospechado una infidelidad de Mariana. Se sintió abrumado, gritó un insulto en el mismo momento que Mariana abría la puerta de entrada. Se alejó de Mariana y le preguntó sobre su romance, los mensajes, el profesor de tenis, el engaño.
Mariana reaccionó furiosa. ¡Quién mierda sos vos para revisar mis cosas!, gritó. Se acercó a Juan Carlos y poniéndose cara a cara exclamó ¡No tenés ningún derecho a vigilarme!
El cachetazo de Juan Carlos no se hizo esperar. La fuerza de la bofeteada empujó a Mariana que llega a tocar el piso con sus rodillas, trata de erguirse y al hacerlo se engancha con la alfombra y cae pesadamente sin poder realizar ningún movimiento defensivo. De suelo la levanta Juan Carlos, tomándola con fuerza de los cabellos y golpea su cabeza contra el muro de hierro macizo que rodeaba el hogar mientras el atizador cae sobre la sangre que había comenzado a fluir de la profunda herida que había quebrado la frente de Mariana de manera fatal, irreversible. La muerte había dicho presente.
Juan Carlos se sentó en silencio. Se serenó, tomo el teléfono y llamó a su abogado y amigo de la infancia, Ricardo. Ricardo Albano.
-Hola, Ricardo, habla Juan Carlos.
-¡Hola Juanca! ¿Cómo anda todo?
-Mal, Ricardo, muy mal. Mariana se mató.
-¡Qué! ¿Qué pasó?
-Vení que te cuento.
-¡Ya voy, Juanca, no toques nada!
A los diez minutos Ricardo llega a la casa de Juan Carlos, quien le cuenta paso a paso lo sucedido.
-Mirá, Juan Carlos, tenés que convencerte de que esto fue un accidente. Vos le diste el cachetazo, ella se tambaleó, enganchó su pie en la alfombra y cayó sobre el muro de hierro rompiéndose la cabeza sin que vos pudieras hacer nada para auxiliarla ¿Estamos, Juanca?
-Estamos, Richard.
-Imaginate la escena en tu mente un y otra vez, y finalmente será verdad.
-Así lo haré, Richard.
El día de la audiencia del debate, Ricardo aconsejó a Juan Carlos que se prestara ampliamente a la declaración indagatoria del Tribunal, obviando naturalmente su intervención fatal. Sólo debía declarar la imagen tan ensayada y bien aprendida de la accidental caída de Mariana.
Así lo hizo Juan Carlos, que contó detalladamente el cuento que le había enseñado su abogado.
Luego Ricardo presentó peritos médicos especializados en la materia. Ambos coincidieron en remarcar que la muerte se produjo por el impacto del cráneo al golpear contra el macizo hierro que rodeaba el hogar. Que no existía en el lugar del hecho ningún rastro de violencia, que se había tratado de un desafortunado accidente.
A continuación declaró un experto policial que se encargó del reconocimiento del lugar, señalando dos elementos de importancia. Primero exhibió fotos de la alfombra donde podía verse el lugar donde se engancha el zapato de Mariana dando lugar a su caída y luego imágenes del atizador, remarcando que no se había encontrado huella digital alguna, que debía registrarse necesariamente si alguien hubiera golpeado a Mariana, concluyendo finalmente que todo no fue más que un desgraciado accidente.
Cerrada la etapa de prueba, se le otorga la palabra al Fiscal. Luego de pensar unos minutos, de mirar algún punto perdido, e intimado por el Tribunal, el representante del Ministerio Público afirma que de las expresiones de Juan Carlos, las constancias de la causa, las periciales producidas en la audiencia, aparecía claro que no existía hecho ilícito alguno que reprochar al imputado Juan Carlos Gutiérrez. Que el suceso había sido un penoso accidente y que por ello se abstenía de acusar.
Concedida la palabra al Defensor, éste coincidió con el Fiscal y reclamó al Tribunal que se absolviera libremente a su cliente.
El tribunal se retiró a deliberar unos minutos. En instantes estaban nuevamente en sus bancas, al tiempo que el Presidente del Cuerpo anunciaba la absolución del imputado Juan Carlos Gutiérrez por el delito de Homicidio calificado por el vínculo por el que había sido requerido.
Juan Carlos y Ricardo se abrazaron largamente.
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