El lago manso, el sol que pega insolente en la montaña, celeste cielo, mañana de primavera, satisfacción y toda la sonrisa. Raúl disfrutaba plenamente del privilegio de vivir justo en el paraíso, ese lugar único en el mundo, con ríos bulliciosos, cristalinos, inquietos, vitales. Gente amable, silencio, ausencia de tensión, su refugio, el lugar indicado para dibujar las fantásticas historias que decían sus novelas, siempre exitosas, siempre escasas, siempre atragantes.
Amaba escribir. Era protagonista de cada uno de sus relatos; al tiempo de enfrentarse con la blanca hoja ya tenía reservado un personaje, nunca era un extraño en ninguna de sus obras, su piel y su mente estaban allí, en la novela, todas sus intensas vivencias, desde la pasión más atrevida hasta la ilusión más pretenciosa.
Eso era Raúl, un gran escritor que había triunfado casi sin darse cuenta, naturalmente.
A su lado Mariana, la bella compañera de cada momento, dotada del don de pintar cuadros gloriosos, llenos de luz, una fiesta de colores y belleza que se hacían realidad por el inquieto pincel que en sus manos se transformaba en pura magia.
Este maravilloso pasar de Raúl se hacía trizas cuando el irreverente sonido del despertador lo sacaba de sus sueños y lo traía a esa realidad de mañanas apuradas, de expedientes, de tribunales, de lidiar con clientes. La mente siempre ocupada en mil problemas y un pedacito pequeño de realidad para entregarse a su berretín de escritor.
Algún verso con el desayuno o un cuento escrito entre audiencia y audiencia y la pretenciosa novela a la que cada noche antes de dormir le dedicaba una pizca de su tiempo.
Mariana esperaba ansiosa el momento de los sueños. Allí se encontraba con su amado compañero, Raúl, y con su inalienable pasión por la pintura. Artista relevante, sus cuadros se vendían antes de ser exhibidos a un precio estupendo. Como Raúl, había llegado al éxito casi jugando, sin proponérselo. Toda su vida estuvo rodeada de pastas, pinturas y pinceles. Cuadros espléndidos se hacían realidad por la habilidad creadora de Mariana. Era una mujer plena y feliz.
Su vida era perfecta hasta que la luz que penetraba por el amplio ventanal de su dormitorio le anunciaba un nuevo día. Con esfuerzo se duchaba, desayunaba y ponía rumbo a la farmacia donde pasaba su rutinaria vida. Siguiendo la profesión de su padre, al que admiraba, había obtenido el título de farmacéutica y bioquímica, relegando su pasión por la pintura. El pincel la tela y las pinturas tenían su lugarcito en un pequeño recinto del negocio y, por supuesto, en una de las habitaciones de su casa donde cada noche, antes de mezclarse entre las sábanas, despuntaba el vicio pintando una partecita del que sería sin duda el cuadro que haría furor cuando lo concluyera. Las galerías de arte se pelearían por él.
Un jueves por la tarde, con la farmacia a pleno, casi llegando la hora del cierre, Raúl entra al negocio y pide unas aspirinas.
-¿Qué te pasa, Raúl? Aquí tenés las aspirinas -dijo Mariana.
-Nada, Mariana, sólo un dolor de cabeza -contestó Raúl.
-¡Raúl! -exclamó Mariana.
-¡Mariana! ¿Qué hacés acá? -interrogó sorprendido, excitado, desencajado Raúl.
-Trabajo acá, es mi negocio... -alcanzó a murmurar Mariana mientras un mareo intenso la hacía tambalear.
-Tranquila, Mariana, tranquila -atinó a decir Raúl-, esto suele suceder.
-¿Qué suele suceder?¡Me estoy volviendo loca!¡Vos sos una ilusión, una travesura de mi mente enferma!
-No, Mariana. Soy real, soy Raúl, tu Raúl.
-Mirá -dijo Mariana mientras se sacaba el guardapolvo y tomaba su saco y la cartera-vamos a charlar al bar de la esquina.
-Vamos, asintió Raúl.
Saliendo de la farmacia, Raúl rodeó con su brazo la cintura de Mariana que respondió con una sonrisa cómplice. Obviaron el bar.
No hubo ninguna explicación, sólo un cruce de miradas de compinches traviesos, un beso intenso, sin prejuicios, las manos enlazadas mientras sus pasos ponían rumbo a esa gloriosa vida de ilusión que noche a noche a noche habían forjado en sus sueños.
me gusto mucho mcho, ningo
ResponderEliminarque loco! muy bueno!
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