Juan no era un joven popular. Su casa siempre vacía de amigos, largas caminatas en soledad, ningún llamado, una salud quebrada. Esa maldita tos que lo acompañaba noche y día no facilitaba su enorme necesidad de afecto. A pesar de ello era obstinado, insistente. No permitiría que su salud y esa maldita timidez arruinaran su vida. Así inventó un remedio para aliviar el aislamiento.
En el medio de la reunión informal en la puerta de
En el trayecto intimaba con su eventual compañero, charlaba de todo, vaciaba su bagaje argumental, su antojo de decir, planes, proyectos, ideas, gustos, sueños, temores, aficiones; todo, absolutamente todo se derramaba como una catarata de palabras que por su buena onda resultaban simpáticas e interesantes. Buen humor, chistes oportunos, carcajada compartida, fin del viaje.
Así, el "te acompaño" de Juan se convirtió en un ofrecimiento de rigor gustosamente aceptado por sus compinches. Poco a poco logró hacerse de amigos que le brindaron su sincero afecto. Buen tipo, jamás un fallo, leal, alguien en quien se podía confiar.
Su ansiedad hacía que siempre fuera él quien llamara, se invitara, se anticipara al convite inminente.
El “otro” era esencial para Juan. No toleraba la falta de compañía, se sentía mal, desguarnecido, temía que su enfermedad lo sorprendiera sin custodia. Obviamente, el "te acompaño" se transformó en cargada bien aceptada por Juan. Los atorrantes de la barra lo miraban cuando tenían que hacer algún trámite y ya saltaba estridente el "te acompaño" de Juan.
En verdad el remedio tuvo éxito y Juan se llenó de amigos y afectos. De tanto hablar era quien más sabía de todo y de todos y así su ambición de ser aceptado por sus pares se hizo realidad. Se sentía pleno, contenido.
Una tarde se incorporó al grupo habitual Miguel, un tipo sencillo, bajo perfil, muy agradable. Llegando la noche Miguel se despidió, dijo que tenía que ir a arreglar un par de asuntos. Juan saltó con su "te acompaño". Miguel lo miró y con una sonrisa contestó “vamos”.
Como siempre, toda la charla de Juan compartida esporádicamente por Miguel. Caminaron varias cuadras y Miguel se paró frente a una casa de tejas.
- Estoy perdido, no estoy seguro de la dirección -dijo Miguel.
- No te preocupes, yo vivo justo enfrente. Vení, te invito con un refresco.
- Bueno -aceptó Miguel-. De paso confirmo estos datos.
Juan abrió la puerta de su casa, invitó a Miguel a sentarse en el sillón mientras él subía por la escalera para verificar si había alguien en su casa. Llegando casi al final, en el anteúltimo escalón tropieza, cae de espalda, rueda sin reparo y su cabeza pega fatalmente contra la pared. Su cuerpo inerte se deslizó hasta el piso del living.
- No me había equivocado -murmuró Miguel-, esta era la casa y Juan mi objetivo.
En un instante, un doble de Juan se levanta del suelo, mira su cuerpo inerte al pie de la escalera y le pregunta a Miguel que sucedió. Miguel le responde:
- Nada personal, Juan. Soy
- Todos morimos alguna vez -contestó el doble de Juan.
- Ahora tengo que ir a buscar a doña María, la abuela de la otra cuadra, cuatro casas de la vereda de enfrente.
- Te acompaño -dijo el doble de Juan.
- Vamos, asintió
te acompaño
destello esperanzado
Ese rayo de luz y mi vivir
es destello que luce esperanzado
se renueva mi sentir enamorado
alegría que puedo presentir
que la vida no es sólo obligación
que precisas pergeñar una ilusión
que la dicha se sabe enamorado
anduvimos la senda lado a lado
el rebelde corazón luce domado
y disfruto en libertad, de cara al viento
pues tus besos causaron adicción
despertaron mis sentidos, la pasión
no hay manera ni modo de dejarte
sin tu querer
Ya no puedo vivir sin tu querer
tus caricias son parte de mi piel
es antojo el dulce de tu miel
para el resto de los tiempos ha de ser
Me atraparon tus ojos verde mar
prisionero total, un sometido
corazón, mi alma te he ofrecido
y mi mente no te deja de pensar
Obstinada obsesión tan insistente
ya te veo en todos los lugares
caminando en la mesa de los bares
fantasía de luz irreverente
De mis sueños eterna visitante
ya tu risa que luce contagiosa
y me pierde tu aroma a fresca rosa
pedacito de sol a cada instante
manos pintadas
Como todos los días Vicente se levantó apenas sonó el despertador. La afeitada de rigor y allí comenzaba a tomar contacto cierto con la realidad. Un par de mates, una caricia a su perro Boby y a enfrentar la suave realidad de ese pueblo pequeño de gente agradable, sin sorpresas.
Abrió la puerta de su casa y el sosiego acostumbrado se había convertido en un loquero de automóviles, transportes colectivos, calle empedrada, semáforos, gente que se tropezaba, un ruido infernal. Cerró la puerta sin poder creerlo.
¿Qué sucedía allá afuera? ¿Dónde estaba su vereda de césped, el baldío, los árboles, las casas blancas y amables?
Hizo un nuevo intento. Nuevamente el bullicio, el ruido infernal, la multitud. Decidió averiguar que pasaba. Se paró en medio del paso del gentío tratando de satisfacer su inquietud. Inútil. Nadie le contestaba y además corría el riesgo de ser arrollado por hombres y mujeres que caminaban ligero, distraídos, sin ver.
Se apoyó a la pared y lentamente llegó a la esquina. A unos metros divisó un hombre uniformado. Intentó llegar a él. No pudo, medio metro antes fue capturado por otros dos sujetos uniformados que lo esposaron y lo introdujeron en un automóvil. Sirenas, alta velocidad hasta llegar a un edificio con aspecto de seccional policial.
Lo bajaron del móvil sin ningún cuidado. Entraron al edificio y lo ubicaron en una celda. Pensó que se estaba volviendo loco. Eso no podía estar pasando.
Transcurrieron unos instantes, se abrió la puerta del calabozo e ingresó un individuo que se identificó como médico. Le pidió que le mostrara las manos. Las examinó minuciosamente. Expresó ¡Otro más!, ¡Esto ya es una epidemia!.Vicente lo miró sin entender. Se animó a preguntar ¿Qué sucede doctor?
El médico, con severidad, expuso que sus manos blancas, inmaculadas eran el síntoma indudable de una grave enfermedad contagiosa. Ordenó que fuera alojado con los otros y que por la tarde se le practicaran los estudios. Allí se dio cuenta que tanto el médico, como los policías, los administrativos, todos, tenían las manos pintadas de múltiples colores. Volvió a ser esposado y en el mismo móvil lo llevaron a un centro asistencial.Allí lo depositaron en una habitación acolchada donde ya se encontraban otras tres personas. Todas tenían las manos blancas, inmaculadas.
Le preguntó a uno de sus compañeros de cautiverio que sucedía, porqué sus captores tenían las manos pintadas. Su ocasional interlocutor le explicó que no era pintura. Que la piel de las manos de los zapamenses era así, multicolor. Ese era el rasgo distintivo de los habitantes de
-¡No! -gritó Vicente-, yo iba a boludear, digo a trabajar, como todos los días. A cumplir con mi trascendente misión vital y me encuentro con este desatino, con esta locura impropia de mi investidura.
Uno de los sujetos que compartía el recinto y que aparentemente conocía a Vicente fuera de sí le dice ¡Acabala Cabrón! ¡No te vas a callar ni aún en medio de esta pesadilla! ¡Córtala o seremos boleta antes de tiempo! ¡Bueno! -dice Vicente-. Por si alguien me escucha, quiero dejar sentado mi más formal y firme protesta por este trato vejatorio. En Zapama o donde sea, yo soy el doctor Vicente Primo, Presidente de
¡Basta! ¡Acabala o te ejecuto yo antes que los zapamenses!, -gritó enfurecido el compañero de alojamiento que conocía a Vicente-. La amenaza debió ser elocuente pues a partir de ella Vicente cerró su boca. Silencio. Cada uno a un rincón. Se abre la puerta del recinto, lo colocan en fila y comienzan a realizarle los estudios. No más que un chequeo de rutina. ¡Ahora nos ejecutan! ¡Ahora nos ejecutan!, gritaba Vicente. Le colocaron un chaleco de fuerza y como a los demás fue atado a un pilar de madera.
Vicente no pudo contenerse. El miedo lo superó. Delante de los prisioneros, cuatro soldados con impecables uniformes y de manos multicolores apuntaban sus armas en dirección a la víctima que le había sido asignada. Escuchó que alguien gritaba ¡Preparados! ¡Listos! ¡Fuego!
El ruido de los disparos lo despertó. Bañado en sudor, sabana y almohadas mojadas. Respiró profundamente. Sólo había sido un mal sueño. Recuperado, cumplió su rutina diaria, abrió la puerta de su casa y con una sonrisa se dirigió a boludear, digo, a trabajar, al lugar de costumbre.
Saludó eufórico a sus esclavos. Al querer entrar a su despacho encontró dificultades para abrir la puerta. Insistió, esta se abrió desde el interior y una mano multicolor alcanzó a tocar su cara.
Cayó pesadamente. Los pintores que trabajaban en la oficina de Vicente intentaron reanimarlo. Reaccionaba levemente cuando pudo ver que la mano multicolor se acercaba a su cuello.
Demasiado para Vicente. No lo resistió y el infarto de miocardio, terminante, fatal, fue causa de la muerte del doctor Vicente Primo, conforme certificado defunción extendido en legal forma.
condición humana
Un día caluroso no era por el simple hecho de ser verano y estar en el medio del desierto neuquino. No. Para Bramuglia existía una explicación relevante para ello. El calentamiento global, por supuesto, la capa de ozono prácticamente inexistente y la insensata acción de contaminar el ambiente de las maneras más sofisticadas eran consecuencia obvia de la tendencia suicida de la condición humana.
La dama que ostentaba su figura delgada, con ausencia absoluta de tejido adiposo, no era simplemente una flaca. No, para Bramuglia era una mujer que había sido captada por la malvada publicidad alimentaria. Esa clase de mujer anoréxica, exhibida como punto de referencia a seguir de manera inexcusable, so pena de ser despreciada sin miramientos por la desconsiderada condición humana.
Las plantaciones de soja no eran oro verde, el cultivo del color del dólar, sino una plaga que destruía el maíz, el trigo, la fertilidad del suelo, por mezquinos intereses que no contemplaban el interés general, el futuro. Un aspecto negativo más de la condición humana.
Idénticos argumentos utilizaba para criticar la tala de árboles, el fuego para combatir las heladas en los crudos inviernos patagónicos para atenuar los daños en los frutales ya que el humo contaminaba, provocaba accidentes lo que demostraba sin duda la desconsideración de la condición humana.
A un par de remeras baratas, de buena calidad, confeccionadas en algún país de Oriente no las apreciaba como prendas que realzaban la belleza de las hermosas que las lucían; para Bramuglia era un índice inequívoco de la destrucción de la Industria Nacional en ese ramo. Imposible que la materia prima autóctona pudiera competir con el producto importado fabricado por individuos que trabajaban catorce horas en el día por un plato de comida.
El espectacular tapado de visón de su amiga no sólo no merecía el halago de rigor sino que, para Bramuglia, traducía el más cruel asesinato. Un pobre animalito había dado su vida para satisfacer el capricho de una aprendiz de aristócrata.
El mundo tenía destino irremediable de destrucción a corto plazo, por la falta de respeto al ambiente, la fauna y la flora. Manifiesto desatino de la condición humana.
La decisión, de una parejita conocida, de no tener hijos no era para Bramuglia una resolución para ser libres, estar más tiempos juntos, disfrutar a pleno, sino la muestra indubitada del fin de todas las cosas, el individuo dejaría de ser. Sin descendencia, ejemplo imitado por la enorme
mayoría de sus congéneres, la especie acabaría como consecuencia de la necedad y ausencia del sentido de trascendencia de la condición humana.
Bramuglia, sin duda, era un tipo serio. No se quedaba en lo que aparentaba. Llegaba al fondo de las cosas. Al punto importante. El sabía que el caos y la anarquía se escondían en las cosas comunes, en los asuntos de cada jornada.
Así tomaba los recaudos necesarios para que la nefasta condición humana no lo afectara.
No salía a la calle si no se embadurnaba con pantalla solar de máxima graduación. Su dieta se componía de vegetales que el mismo cultivaba y cosechaba en su pequeña pero bien surtida quinta. La carne de pollo, la conseguía de su gallinero particular que había armado en los fondos de su casa. Las ropas eran artesanales. Su madre tejía sus pulóveres y Bramuglia recorría toda Buenos Aires para conseguir pantalones y camisas de tela nacional, de la buena, de la de antes.
La vida de Bramuglia era un cúmulo de ritos. Una tremenda complicación.
Qué decir cuando se enamoró. ¡Si, Bramuglia se enamoró! Se perdió cuando conoció a Raquel, una rubia espectacular, de ojos verdes como el mar, labios rojos y amiga de la caricia.
Bramuglia intentó analizar sus sentimientos, la profunda razón que lo llevaba irremediablemente a olvidarse del equilibrio, del tino, del justo medio. Alguna explicación encontraría para esta inquietud que lo había llevado al insomnio, la imagen de esa belleza siempre en su mente, obsesiva, obstinada.
Buscó en lo profundo de su ser, consultó con la almohada, buscó en Google. Frustración total. El tibio abrazo de la hermosa Raquel, la ternura de sus besos, dejaron sin fundamento a Bramuglia, efecto terminante del absoluto sometimiento al amor de la condición humana.
envidia
Jamás habrás de saber
el porque de la agresión
quizás por tanta pasión
la honrada forma de ser
Envidiosos de tu suerte
lo mucho que has trabajado
siempre los ojos vendados
hasta el tiempo de la muerte
No sabes de diferencias
es principio la igualdad
apego a la realidad
ausente la conveniencia
Por eso la hostilidad
obstinada, persistente
temerosos porque sienten
la carga de la verdad
el ángel y la mano de Dios
La fe no es comprobable. Se tiene o no se tiene y si bien carece de sentido discutir sobre motivos y razones, a veces adquiere gran importancia aún para aquellos más incrédulos, que terminan poniéndose en manos de los que ejercen con fervor sus creencias.
Así Raúl, que cruzaba la calle para no pasar por la vereda de ningún templo, acosado por un insomnio invencible y fuertes dolores de cabeza que comenzaban apenas lograba dormirse, acudió a Marisa, dama formada en la fe, estricta en el cumplimiento de sus deberes religiosos, austera, fiel consejera y gran amiga para ver si ella podía hacer algo.
- Aunque no creas, pedí con todas tus fuerzas que el Hacedor de todas las cosas te dé la paz que tanto necesitas. Sos un buen tipo y Él te va a escuchar.
Esperanzado, Raúl se acostó en su cama esa noche tratando de relajarse y clamando por el fin de sus aflicciones nocturnas.
Por la mañana, echó una mirada al reloj y una sonrisa se dibujó en sus labios: había conseguido su objetivo. Marisa era una genia. Trató de estirarse pero sus pies chocaban con algo; prendió la luz y mientras pasaba sus dedos por los ojos para ver bien escuchó una voz que le decía:
Raúl, asombrado, miró a su alrededor y se vio rodeado por dos ángeles rubios de ojos celestes y piel y alas blancas, y un tercer ángel absolutamente negro con ojos verdes como el mar.
- Nosotros somos la patrulla celeste y blanca K-120 de rescate a las buenas personas perturbadas por los demonios.
- ¿Y desde cuándo están en mi cama?
- Apenas se durmió, Raúl. La persona que clamó por usted es muy considerada por el Supremo, que rápidamente nos encargó esta misión.
- ¿Y qué sucedió? ¿Por qué pude dormir tan bien?
- Nada de importancia. Dejamos fuera de combate a un par de principiantes de la mala noche y misión cumplida.
- ¿Y no volverán?
- No, el trabajo tiene seis meses de garantía. Cualquier problema llame a este número y la patrulla celeste y blanca K-120 vendrá en su auxilio.
- Cuánto le agradezco. No se vayan, los invito con unos mates con facturas.
- ¡Bárbaro!, exclamo el ángel negro. ¡Cuánto hace que no como facturas!
- Mi nombre es Miguel -dijo el ángel negro-, mis compañeros son Jorge y Eduardo. A pesar que nos falta momentáneamente un integrante somos un buen equipo.
- ¿Tienen mucho trabajo? -preguntó Raúl.
- Habitualmente sí pero hoy es un día excepcional porque juega Argentina y nadie, ni siquiera los mandatarios del mal, quieren perderse a Messi -dijo Miguel.
- Hablando de Argentina, ¿no quieren quedarse a ver el partido?
Los ángeles se miraron y asintieron unánimemente. Así, al mediodía, mientras miraban el partido, comieron unos fideos con un buen vino y Argentina a la cancha. Los ángeles se entusiasmaron y no dejaban de aplaudir cada acción de Messi. Era el único tema de la charla durante el partido. ¡Vamos pulga! ¡Bien petiso!, Messi, Messi y Messi. Gritaron los goles y terminado el partido se aprestaron a marchar.
Raúl fue a buscar unos libros de poesía para regalarles y cuando bajó las escaleras, los tres ángeles aparecían abrazados en el living de su casa, con Messi que se quitaba la camiseta con que había jugado el partido y se la obsequiaba a sus angelicales amigos.
- ¡Si, Messi en mi casa! abrazando a cada uno de los ángeles. Me da la mano, atraviesa la pantalla del televisor, retornando al estadio en Sudáfrica. Desde el césped del campo de juego, con el torso desnudo, nos saluda con la mano derecha extendida. Me estoy volviendo loco –pensó-, esto es un delirio.
- Ningún delirio, todo está bien -dijo Miguel mientras se aprestaba a volar con sus dos compañeros despegando desde la ventana del departamento-. La pulga es el cuarto integrante de la patrulla, toda las noches auxilia junto a nosotros a los vulnerables de esta tierra. Este mundial es una excepción tiene, digamos... licencia. La mano de Dios, que como todos saben es argentino, así lo dispuso y el ángel Diego, nuestro mayor orgullo, llevará a la selección al título de campeón.
¡VAMOS ARGENTINA TODAVIA! gritaron los tres ángeles, antes de lanzarse y volar raudamente hacia el lucero.
la parca srl
Como cada mañana, Héctor se despertó exactamente a las seis en punto. Vieja costumbre de su paso por el liceo militar que lo había acompañado en sus sesenta y dos años de vida. Como siempre,e el espejo del baño recibió su cara con una barba rebelde que crecía más de lo debido. Una rápida afeitada y a preparar los mates de cada mañana.
Llenó la pava con agua, la puso a calentar y de repente el timbre inoportuno. No toleraba que lo molestaran cuando se preparaba a disfrutar del mejor momento del día: el tiempo para volcar sus experiencias, ideas, deseos, preocupaciones y recuerdos en forma de versos que dibujaba en su libreta de bolsillo, matizados con dulces y suaves mates. Toda una ceremonia que se veía frustrada por el insistente timbre más insolente que nunca.
Apagó la hornalla de la cocina y con un grito de ¡ya voy! ¡ya voy! Fue hacia la puerta de entrada a recibir al molesto. Abrió la puerta y un señor de unos cincuenta años vestido de riguroso traje gris oscuro con chaleco, corte de pelo prolijo y ojos vivaces lo recibió con una sonrisa que no coincidía con su lúgubre y formal aspecto.
-¡Buen día! -dijo el extraño
- Buen día -contestó Héctor- ¿en qué puedo servirle?
- Mire, señor, debo hablarle de un asunto muy importante y privado. Necesitaría discutirlo en el interior de su hogar
- Bueno, pase -dijo Héctor de mal humor-, siéntese en uno de los sillones del living
El extraño accedió a la casa, se sentó en uno de los sillones del living como éste le había indicado y puso su maletín sobre las rodillas aguardando a Héctor.
Héctor se sentó enfrentado al extraño y con gesto hosco lo interrogó sobre los motivos de la visita.
- Mire, señor Héctor, mi nombre es Carlos y vengo de parte de
- ¿De parte de quién?
- De
- No, Héctor, yo soy representante de
Héctor comenzó a reír mientras repetía ¡
- Así es -ratificó Carlos con seriedad.
La risa de Héctor cesó.
- ¿Así que
- Ningún problema. Simplemente, y en razón en que usted morirá a las 17 horas del día de la fecha, vengo a ofrecerles los servicios de la empresa.-
-¿Qué servicios? –preguntó Héctor, pálido.
- En primer lugar -dijo Carlos- apoyo psicológico previo y luego explicarle las distintas alternativas que le ofrece la empresa.
- ¿Qué empresa? ¡Por favor! ¡Qué empresa!
- Héctor, usted vio como están las cosas y si no se evoluciona todo puede irse al diablo. Ese asunto de que al morir uno va al cielo o al infierno es algo que pasó de moda. Out. Al cliente hay que brindarle el mejor de los servicios y por ello yo estoy aquí.
- ¡Mire usted! ¡
- Ud. lo ha dicho exactamente, Héctor. La muerte SRL le brinda servicios especiales. Acá tengo dos libros con fotografías de los distintos destinos que usted puede elegir y acceder con el pago de una módica suma.
-¿Y qué destinos puedo elegir? -interrogó burlón Héctor.
- Mire, usted puede decidir pasar su muerte con sus familiares que ya están con nosotros, o con sus amigos de noches inolvidables, o con ese gran amor que es una de nuestras distinguidas huéspedes, o nuestras playas exclusivas plena de muchachas bonitas y amigables. Mire los libros de fotos detenidamente y después me dice.
Inmediatamente, Carlos le entregó a Héctor un par de libros con fotografías.
Héctor fue pasando hoja a hoja cuidadosamente y el asombro se fue reflejando en su cara. Luego de examinar íntegramente los libros, se los devolvió a Carlos, lo miró fijamente, se levantó, pegó una vuelta, se volvió a sentar la mirada perdida y en silencio, quebrado por un interrogante.
- ¿Y cuánto es la módica suma que debería pagar?
- Depende -dijo Carlos.
- ¿Depende de qué?
- Del destino que elija. Así, si desea estar con sus familiares que ya hospedamos la suma sería de quinientos dólares, si es con sus amigos de parranda mil quinientos y así hasta llegar a la playa exclusiva en que la suma a abonar sería de treinta mil.
Héctor lo volvió a mirar fijamente, silencio que nuevamente se rompió con una pregunta del primero
-¿Y qué seguridad tengo que todo esto no es una estafa, un engaño?
-Solamente mi palabra -respondió Carlos.
Héctor se levantó otra vez, dió tres o cuatro vueltas, se sentó en silencio, con la mirada perdida, se levantó y se dirigió a su habitación.
En instantes retornó con un fajo de verdes billetes y dirigiéndose a Carlos dijo:
- Mire, amigo, en verdad no sé si esto es un engaño, un sueño o si usted es realmente representante de
Carlos, sonriendo, los contó minuciosamente antes de aguardarlos en el portafolio y sacar un talonario de recibos con el logo de
Le entregó el recibo a Héctor y dándole la mano afirmó entusiasmado
- Lo felicito Héctor, acaba de hacer la mejor inversión de su muerte.
Ese mismo día, a las 17 horas, Héctor Carneve fallece de un infarto masivo absolutamente inesperado.
sin tiempo
Y me dices de tu amor
que no sabias del mío
que ya nunca más el frío
que tus brazos y el calor.
Que jamás la soledad
será tu pecho y abrigo
y cerrados los postigos
la más dulce realidad.
Tus besos, sabor a miel
caricias, todo el cariño
y tan feliz como niño
que mi piel será tu piel.
Y nada para decir
el mundo será otra cosa
perfume de fresca rosa
sin tiempo para sentir.
día del padre
¿Quién inventó el día del padre? Un comerciante ingenioso, sin duda. La necesidad es la esencia de las buenas ideas. Una manera de incrementar las ventas - habrá pensado mi amigo comerciante - es provocar el amor por el viejo.
El que está y el que marchó para siempre. Así, una muchedumbre de hijos inunda los negocios comprando desde afeitadoras hasta el par de zapatos más elegante, o las zapatillas con cámara de aire para que las trajinadas articulaciones del hombre del día se alivien, y las caminatas diarias del viejo que ayudan al corazón se asuman con renovado entusiasmo.
Ese día también las tumbas de los padres que se apresuran a partir de un mundo tan injusto, se colman de flores, se llenan de agua los floreros resecos de olvido. Las lágrimas sentidas, con fundamento en lejanos momentos felices, se hacen rigurosamente presentes, mientras los negocios que enfrentan el cementerio hacen su agosto en pleno junio.
No está mal, pensó Juan, que un día, al menos, los hijos lo dediquen a homenajear a sus viejos. Con alegría algunos, con nostálgica tristeza los menos afortunados.
Llegó hasta su departamento. Se dejó caer en el sillón del living. Por costumbre prendió la televisión en el justo momento que un enorme cartel de ¡Feliz día papá!, cruzaba la pantalla adelantándose a la celebración del día siguiente. La apagó inmediatamente. Suficiente por hoy dijo en voz alta. Subió a su dormitorio, la remera de siempre y las sábanas limpias recibieron el cansancio de un laburante.
Por la mañana abrió los ojos, el cielo celeste que invadía la ventana y el sol que se reflejaba la montaña lo hicieron lagrimear. ¡Insólito! pensó Juan, cómo voy a lagrimear con este bello día que me propone Natura. Amagó levantarse y su cuerpo no respondió. Intentó mover las manos, los brazos, las piernas. Nada. Estaba paralizado. Absolutamente inmóvil. Sólo los ojos respondían a los mandos naturales. Realizó varios intentos para erguirse o mover sus miembros recibiendo la frustración como respuesta.
Se sorprendió de que la situación no lo asustara. En su mente percibía una gran paz, una especie de descanso, de deber cumplido. Pensó que, quizás de haber sabido que alguien vendría por él, sentiría temor de que no llegara a tiempo; pero como nadie acudiría, estando la puerta de entrada virgen de nudillos que reclamaran su presencia, se resignó a su situación y en su mente se dibujó un "Que sea lo que Dios quiera".
Sus ojos se fijaron en el nudo de la madera que el techo le obsequiaba en ese día tan especial. Por algún motivo ese nudo siempre era buscado por su mirada. Lo observó durante largo tiempo mientras la mente se alejaba con placidez hacia su mundo de sueños. Allí se veía joven, de la mano de sus hijos mayores, Pablo y Diego. Sergio llevaba la pelota de futbol. Picadito de rigor en el potrero de la esquina. Correr, transpirar, mil goles, el césped acogedor y los tres bandidos jugando incansables.
De vuelta a casa de los viejos, con todo el hambre del mundo que era estimulado por el delicioso aroma a un asado con todos los chiches. Rodolfo el asador titular, la vieja haciendo la ensalada, el abrazo con Alberto y Susana, un par de amigos recién casados, dos botellas de buen vino, todas las gaseosas necesarias, y el parrillero que daba la orden de largada.
Con la voz de Rodolfo en la mente, Juan despertó. La inmovilidad continuaba invencible. Sus ojos se dirigieron a la ventana que, afortunadamente, lucía las cortinas corridas. Un par de nubes traviesas cruzaban lentamente el celeste cielo. Como saludándolo. Una sonrisa en su pensamiento. Tranquilo, muy tranquilo. La luz exterior le anunciaba que el mediodía ya había pasado.
Nuevamente al nudo de la madera. Siempre le pareció que tenía la forma de una mujer embarazada. Su mirada recorrió una y otra vez el techo en el límite que le permitía las circunstancias. Decidió jugar un poco. Los ojos se fueron moviendo cada vez más rápido, más veloces, hasta que se mareó, los mantuvo cerrados y nuevamente volvieron sus sueños.
Allí seguía el asado. Una buena tira, jugosa, que precedía al chorizo, luego
era tiempo del riñón y finalmente un chinchulín exquisito. Los chiquilines correteaban más que comer. Pablo siempre subido a sus rodillas que disputaba celosamente con Diego. Sergio miraba desde abajo. Roli y la guitarra, las canciones de Osvaldo,
En la ventana, el cielo se había vestido de rojo. Incluso algunas sombras anunciaban la noche. Se dejó estar, busco el sueño y lo encontró.
Los tres granujas y Juan jugando al metegol. Ruido de mate en la cocina. La gente ya estaba en el comedor animado, pleno de carcajadas. Pablo tomando a Juan de la mano, llevándolo al comedor; sobre la mesa una torta casera donde se destacaba en blanco e inmaculado merengue un " Feliz día, papá". El beso de los granujas y lágrimas en los ojos de Juan, que vuelve a despertar mientras en su mirador ya se lucía una noche blanca de estrellas.
Las lágrimas y mil momentos del arcón amontonados en la mente de Juan. Recordó el celular que había dejado sobre la mesa de luz. Ese día, como siempre, tan ausente de llamadas. Agotado se durmió.
Por la mañana temprano intentó erguirse y lo consiguió con facilidad. Movió los brazos, todo en orden. Se calzó, se afeitó se pegó un ducha reparadora mientras trataba de explicarse que le había sucedido. Iría al médico, buscaría una explicación.
Bajó, se preparó su mate dulce de cada mañana, tomó la libreta mágica, mientras su mente buscaba temas para llenar las cuatro hojas blancas con los poemas de cada día.
Resolvió anular la visita al médico. Su mano comenzó a dibujar su primer verso.
volver al nido
Mara y Juan Carlos se amaron desde muy jóvenes, casi niños. De familias muy humildes, Mara vivía con sus padres en una casa de de cinco metros por cinco metros con una letrina a treinta pasos fuera de la vivienda y Juan Carlos en una casa chorizo junto con sus padres, tíos y abuelos.
Con el tiempo Juan Carlos consiguió, por mérito, sendas becas para poder estudiar en la mejor escuela media y superior mientras que Mara culminó sus estudios primarios y luego trabajó en su casa ayudando a sus padres.
Tal como lo había prometido, en la misma semana en que recibió el título de abogado Juan Carlos contrajo matrimonio con Mara.
De la unión nacieron tres niños y Juan Carlos trabajó duramente para proveer lo necesario para la subsistencia familiar.
La exigencia le acarreó graves consecuencia físicas. Se quedó ciego y contrajo estrés crónico. Al borde del caos concursó para un cargo en una provincia lejana que ganó y con el tiempo las cosas mejoraron en lo económico pues rápidamente Juan Carlos fue reconocido por su inteligencia y laboriosidad.
Mara se fue distanciando afectivamente de su esposo. Se hizo adicta aljuego, abandonó a Juan Carlos y al poco tiempo la pareja se divorció.
Las necesidades de dinero del ludópata son infinitas y a pesar de contar Mara con dos inmuebles, más otro que compartía con su esposo, gozar gozaba de una excelente cuota alimentaria y no tener ninguna necesidad insatisfecha, los reclamos de efectivo nunca cesaron.
Vendió, sorprendiendo la buena fe de Juan Carlos, el inmueble más valioso de la pareja. Nunca se supo cuál fue el precio, sólo que la totalidad del importe pagado fue a parar a la casa de juego del pueblo. Vendió alhajas, pidió préstamos, hizo trizas un par de plazo fijos y en la alocada búsqueda de dinero contante y sonante acudió al estudio del doctor Cuervo.
Al hacerla entrar en su despacho, el Dr. Cuervo sonriente apretó su mano y le dijo
- ¡Cómo anda, Mara! ¡Mi clienta favorita! Siéntese, por favor.
- Hola, doctor. Aquí estoy, buscando su ayuda
- Dígame, mi amiga, ¿en qué le puedo ayudar?
- Mire, doctor, mi ex marido, Juan Carlos, nos hace pasar hambre a mí y a mis chicos. También usa los mejores bienes y a mí me dejó dos casas que no valen nada.
- Eso tiene solución, mi amiga. El Dr. Cuervo siempre tiene la justa solución para sus clientes.
- ¿Y que se puede hacer, doctor?
- Mire, Mara, ya mismo le hago preparar un escrito pidiendo aumento de cuota alimentaria y división de bienes. En poco tiempo se habrá olvidado del problema. Suministre los datos a mi secretario y yo la llamo.
Mara aguardó en la sala de espera una hora aproximadamente. Vió que el
empleado le llevó los escritos al Dr. Cuervo, que la llamó inmediatamente.
- Bueno, Mara, ya está todo listo. Se hace un pedido que triplica su cuota alimentaria por usted y sus hijos y se pide que los mejores bienes queden en su poder. Ya verá que con mis influencias su deseo se hará realidad.
- Le aviso, doctor, que mis nenes no trabajan y que tienen treinta y cuatro y treinta y seis años.-
- No se preocupe Mara, es un detalle. Además la nueva cuota alimentaria será descontada directamente de la cuenta de su ex esposo a la de del casin... digo a la suya.
- Maravilloso, doctor. ¿Le parece que se hará?
- Sin duda, Mara, sin duda. Mis contactos son infalibles. ¡El doctor Cuervo nunca perdió un juicio!
Notificado de la demanda, Juan Carlos la contestó con muchas dudas. Sabía que el doctor Cuervo no perdía un juicio, que sus contactos y las jugosas comisiones que entregaba eran la causa de sus buenos resultados. Aún así lo hizo, lamentando que se utilizara a una mujer enferma para ganar honorarios sin fundamento y poniendo de manifiesto la pena que le causaba que cuestiones personales tan duras fueran ventiladas en un proceso judicial.
Por supuesto, el doctor Cuervo ganó el juicio ampliamente. Las dos mejores casas se inscribieron a nombre de Mara y el 30% del sueldo de Juan Carlos fue a dar a la cuenta de su ex esposa.
El doctor Cuervo la cito a Mara para comunicarle el resultado. Mara, radiante, abrazó al Dr. Cuervo luego de insultar a su ex esposo.
-Bueno, Mara, usted consiguió lo suyo y mis honorarios son... nada. Una bagatela. Según la ley me debe ciento veinte mil pesos. Lo demás es suyo.
- ¡Cómo que le debo! Si perdió Juan Carlos.
- Él ya me pagó. Vendió las casas que le atribuyeron y creo que se mudó al exterior.
- ¿Y porque tengo que pagarle yo?
- Por el acuerdo, Mara, por el acuerdo.
- ¿Qué acuerdo?
- El que firmó junto con la demanda, mi querida amiga.
- ¡Pero usted no me dijo...!
- Siempre hay que leer lo que se firma, Marita.
- ¿Y cómo le pago?
- Con la casa más chica. Ya tengo preparados los papeles.
- Bueno, por lo menos me queda la casa grande y la cuota del 30% descontado directamente.
- Nada más y nada menos, ratificó Cuervo.
Mara volvió a su casa, les comunicó a su madre y a sus hijos que en la semana debían mudarse a la casa grande. Ya instalados, fue a percibir la primer cuota de su cuenta ¡Ocho mil pesos todos juntos! Ansiosa, se dirigió al casino. En un par de horas no quedaba nada, ruleta y maquinitas se habían quedado con todo el dinero. Fue a pedir prestado una y otra vez durante todo el mes. Ya no estaba Juan Carlos para pedirle que le girara de urgencia.
A fin de mes tenía una deuda de cincuenta mil más intereses con los prestamistas. La vivienda se fue como pago a sus acreedores. Con su madre y los dos hijos en la calle, acudió nuevamente al Dr. Cuervo.
- ¡Ay, doctor -gritaba Mara- me quedé sin nada y de la cuota alimentaria me descuentan más de la mitad para pagar pequeños prestamos, y la cobertura de salud!
- Y, alquile algo -le dijo el Dr. Cuervo.
- ¡No puedo! -exclamó ella entre llantos-. Nadie me sale de garante, no consigo quién me preste y todo es carísimo.
- Mire, Mara. ¡El doctor Cuervo es solidario con sus clientes! ¿Cuánta plata le queda por mes?
- Y, tres mil pesos más o menos -murmuró Mara.
- Bueno, por mil pesos le alquilo una residencia sin garantía alguna.
-¡Usted es un santo, Doctor!
En un momento, el doctor Cuervo llevó a Mara a su nueva residencia. Era antes de entrar al pueblo. Un largo descampado con una casilla de chapa al fondo de cinco metros cuadrados. La letrina a sólo treinta pasos de la casa.
violencia de género
Jorge había terminado su jornada de trabajo. En ese día agobiante de verano, con una temperatura insolente que superaba los cuarenta grados, todo lo que quería era llegar a su casa, buscar su short de baño y correr hasta esa costa de mar que lucía al alcance de la mano y tirarse debajo de las olas una y otra vez. Subió al auto y maniobró con mucho cuidado. Estaba encerrado y no quería tocar a nadie. Ya había tenido un disgusto por un pequeño roce con otro automóvil el día anterior y no deseaba repetirlo. Transpiraba como nunca, la camisa mojada, mientras volanteaba para salir sin problemas. Lo logró, aceleró y allí sintió un suave toque. En un segundo, de la nada, apareció una rubia histérica gritando.
-¡Tené cuidado, animal! ¡Me rompiste el auto! ¡Me vas a tener que pagar!
Jorge bajó de su automóvil, trató de calmarla, pero la pirada seguía gritando y señalando una manchita gris del toquecito. Sin solución de continuidad la mujer unió a los gritos un llanto inconsolable a la vez que exclamaba:
-¡Claro, los señores que tienen autos importantes se abusan! ¡No les importa nada, arrasan con todo! ¡No piensan que yo tengo que seguir trabajando con el taxi! ¡No, lo chocan, lo rompen, total es de un laburante!
-Bueno, señora, cálmese -dijo Jorge-. Lleve el auto al taller y páseme la cuenta. Yo le pago el daño sin problemas.
-¡Si, es muy fácil para el que tiene billetes! ¡El señor paga! ¿Y mi daño moral y psicológico, las horas de trabajo perdidas, la disminución del valor venal, eh? ¿Quién me cubre todo eso?
-Perdón, ¿la señora es abogada? -apuntó irónicamente Jorge.
-¡No, no soy abogada pero esto ya me ha pasado tantas veces, tantos juicios, tantos pasillos de tribunales caminados para hacer valer mis derechos violados por conductores desaprensivos como usted!
-Bueno, señora, yo sólo quiero ir a la playa, me estoy muriendo de calor. Dígame cuánto quiere por todo y se acabó.
-¿Cuánto quiero? Veinte mil pesos. ¡Quiero veinte lucas!
-¡Usted está mas rayada de lo que creía! ¿Cómo me va a pedir veinte mil pesos si no ha sido nada?
-¡Bueno, haga lo que quiera! Déme los datos y aquí tiene la tarjeta de mi abogado.
-No, señora, no quiero juicios. Fijemos una suma adecuada y terminemos todo acá.
-Señor, la conversación se acabó. ¡Usted me debe veinte mil pesos y los honorarios del abogado!
-¡Yo no te debo nada, loca! ¡Hacéme los juicios que quieras! -exclamó Jorge, al tiempo que puso primera y arrancó.
Al llegar a la esquina se detuvo contra el cordón. Miró por el espejo retrovisor y vio a la rubia histérica tomando el número de su patente. No quiero líos, pensó mientras sus dedos repiqueteaban en el volante. Un abogado me puede sacar hasta la sangre por nada. Dejó el auto estacionado y fue hasta donde estaba la reclamante.
-Mire, señora, yo sé que no le debo nada, pero también sé que me llevar a un abogado. Así que si acepta cheques, le pago aquí mismo y me da un recibo.
-Está bien. No es justo pero está bien -dijo la damnificada. La rubia fue hasta su vehículo, que se caía a pedazos, sacó un talonario de recibos y lo llenó con rapidez asombrosa.
-Aquí tiene el cheque, señora.
- Aquí tiene el recibo y detallado los rubros. También hice constar que nada más me debe por ningún concepto.
- Bueno, señora -dijo Jorge, entregado.
La mujer subió a su cachivache, que tosió varias veces antes de arrancar, y con el caño de escape golpeando contra el suelo marchó vaya a saber dónde. Jorge se quedó sentado en el cordón de la vereda. Pensó que era un imbécil, pero la amenaza de un abogado había sido demasiado fuerte. En eso estaba cuando se acercó un individuo que había presenciado todo lo sucedido. Lo miró a Jorge y Jorge le devolvió la mirada con cara de pocos amigos, preguntándose ¿ahora qué? El extraño adivinó el mal humor de Jorge y se apuró a decir:
-Es increíble el dinero que levanta esta rubia con el cuento del roce y la amenaza del abogado.
-Yo no soy el único tonto entonces -dijo Jorge.
-No. Fíjese el número de recibo que tiene. Es la constancia de la cantidad de tipos que cayeron con su cuento.
Jorge miró el recibo. Consignaba 092. No pudo reprimir una sonrisa de estafado, subió a su auto y partió. Llegando a su casa se topó con la rubia repitiendo con otro gil la escena del roce. Iba a parar y avisarle a la víctima del engaño, pero en un momento se arrepintió y siguió la marcha. No fuera a ser que la histérica lo llevara al abogado por violencia de género.